Hay rosé de Malbec que son de color salmón, otros etéreos como vinos blancos, de un rojo cereza fluorescente, de un elegante cobrizo tipo piel de cebolla y hay rosados inconfundiblemente rosados como otros tantos que dan un tono clarete. Así de complejo es el arcoíris que forman los rosados en Argentina, con una constante: todos son frutados y perfectos para las comidas cotidianas.
Por un instante imagina que se pone el sol y que es hora de cenar. Vas a una pizzería cualquiera de tu barrio, o mejor, pides una pizza en tu casa y tienes en la heladera una botella de Rosé de Malbec frío. Lo sirves y el perfume de las cerezas llega a revitalizar lo que queda del día.
Luego de un sorbo, esa frescura envolvente con una pizca seca en las encías te abre el apetito. Justo cuando tienes delante una porción de felicidad.
Ahora reemplaza la pizza por cualquier otro plan: un tapeo de quesos, un bagel con salmón, unas pastas con pesto, verduras grilladas, una ensalada César, una Nicosia, maní salado o con cáscara, pretzel, shawarma, un arroz simple o un risotto de hongos. Las comidas que imagines dentro de un rango de sabores sencillos irán bien con un rosé de Malbec.
¿Por qué son especiales los rosé de Malbec?
La razón es simple: la misma magia que hace del Malbec un tinto delicioso y amable permite que los rosados elaborados con él sean maleables y refrescantes. Algunos además ofrecen la chispa eléctrica de una acidez que los enciende y otros, cierto dulzor que envuelve el paladar de los bebedores golosos. Nada más hay que entender el arcoíris estilístico que explica cada uno de los colores posibles.
La paleta de colores en rosé de Malbec es también una guía de estilos. Como en casi todas las variedades, pero es particularmente cierta en Malbec. Dado que la tendencia es embotellarlos en vidrio transparente, te proponemos una hoja de ruta para apreciarlos todos.
La guía del Rosé de Malbec
Malbec Rosé piel de bebé. Son los más etéreos, casi angelicales en su aroma de cereza y pétalos de rosa. Ofrecen una boca con tacto de plumas y frescura que funciona como un tensor que arma todo el paladar. Perfectos como aperitivos, suelen brindar algún grado de suave dulzor.
Malbec Rosé salmón. Ofrecen aromas frutales, donde la cereza y la guinda marcan la pauta, mientras que el paladar propone cierto terciopelo, con frescura envuelta y ligera presión en las encías. Ideales para comer, la cintura para su maridaje es amplia, amparados en la sequedad.
Malbec Rosé piel de cebolla. Estos van por la expresión, donde ciruela, cereza y guinda se combinan con hierbas –pero no de forma excluyente– y en general se amparan en un paladar vibrante y suave al mismo tiempo. Como está entre los colores más difíciles de conseguir, suelen también ser más escasos.
Malbec Rosé guinda subida de tono. Ofrecen un perfil más de ciruela a ciruelas maduras, con un trazo más marcado, que recuerda cuando son buenos al jugo frío de las ciruelas hervidas. El paladar es más consistente y la acidez es un dato menor, ya que el volumen del vino la envuelve y disimula, aunque está ahí. Funcionan bien con platos un poco más subidos, como salsas rojas o cremas.
Malbec Rosé clarete. A simple vista parecen tintos ligeros de color, como pueden ser ciertos Pinot Noir, pero en rigor no alcanzan a tanto. Frutados, con algún trabajo de crianza, pueden ofrecer también trazos de roble que le dan volumen al paladar, sin resignar una buena frescura que los agiliza. Son el eslabón perdido entre los tintos, los rosados y los blancos. Y al mismo tiempo la puerta perfecta de entrada a ellos si se viene del mundo tinto.
Desde ya que entre estos estilos posibles hay puntos intermedios. Y también, como sucede con la tendencia rosé en el mundo, algunos Rosé de Malbec también ofrecen botellas especiales: desde botellones de litro y medio a otras en forma de prisma o con hombros planos.
Pero, tendencias aparte, si algo está claro en el arcoíris que proponen los Malbec rosé es que funcionan bien como aperitivos y vinos de comida.