El Valle Calchaquí tucumano se destaca entre las postales del noroeste argentino no solo por la paleta increíble de sus paisajes, sino también porque alberga 14 bodegas que -a lo largo de unos 100 kilómetros- definen la ruta del vino tucumano con maridajes que, desde la cultura ancestral de la Pachamama (Madre Tierra), relucen en las copas.
El turismo enológico en Tucumán se despliega desde Tafí del Valle hasta el Corredor de la Ruta 40. Allí, los terruños son materia prima para que se expresen tanto las uvas como la sabiduría y la calidez de su gente.
La ruta del vino tucumano
El camino para vivir a fondo el recorrido se inicia desde la capital por la RP 307 hacia Tafí del Valle, sigue por la Cuesta del Infiernillo hasta Amaicha del Valle y finalmente por el acceso a RN 40 rumbo Norte hasta Colalao del Valle.
El Malbec y el Torrontés están presentes en esta zona de 350 días soleados al año en la que existen viñedos desde fines del siglo XVI. Te invitamos a conocer más de cerca seis de estos emprendimientos.
Vinos pioneros
Hito clave en la historia de los vinos locales, la bodega Chico Zossi, precursora en la región, abre sus puertas sobre la RN 40, en Colalao del Valle, a quienes busquen conocer de primera mano los viñedos y cómo la familia elabora sus varietales de altura.
El desarrollo vitivinícola de Las Arcas de Tolombón, dirigido por la familia Guardia, comenzó en 2007, después de un intento por cultivar alcaparras. En su finca Ishanka coexisten la bodega, de 1.000.000 litros de capacidad de vasija, con 33 hectáreas de viñedos distribuidos entre los 1.750 y los 3.000 msnm, en los que cultivan Malbec, Cabernet Sauvignon, Torrontés, Tannat, Petit Verdot y Cabernet Franc.
Los visitantes pueden recorrer el predio y probar los vinos, y también disfrutar de un dulce de membrillo casero que, junto con queso azul, es perfecto para acompañar una copa de Torrontés Tardío o Rosé Dulce.
En Altos La Ciénaga, el vino patero Don Javier que Julián Díaz elaboraba en los años 40 fue la piedra fundamental de la bodega que sus hijos refundaron en 1994, a partir de nuevos viñedos.
Hoy cuentan con 4 hectáreas cultivadas y están implantando dos más, con Syrah, Tannat, Malbec, Cabernet Sauvignon y Torrontés. En total elaboran unos 12.000 litros, asentados en valles a 2.300 msnm y a los que se llega a través de una huella.
Son vinos definidos como extremos, con uvas cosechadas a mano, sin agroquímicos, regadas con agua de vertientes. El resultado son etiquetas concentradas, con mucho cuerpo, de color, aroma y sabor bien intenso, que los visitantes pueden degustar a la sombra de la parra de la casa familiar.
Poética vanguardia
Para Silvia Gramajo hablar de Luna de Cuarzo es hablar de su pasión. Tucumana, se instaló en 2011 en estos suelos cubiertos del mineral que dio nombre a su emprendimiento y que ofrece vinos “perfumados, intensos, aromáticos, que casi no necesitan barrica”.
“Son dos hectáreas y media de viñas, muy cuidadas, con técnicas orgánicas, cosecha en luna llena y plantas aromáticas como el burrito, el paico, lavandas, romero y jarilla, que brindan sus aromas persistentes “, cuenta la bodeguera.
En la producción se destaca la línea “Bio”, regida por los ciclos de la luna, que depara un Torrontés seco y un Malbec que se guarda durante 13 lunas en tanque. Y también el Luna de Cuarzo Gran Reserva, porque resulta ideal para maridar con los tradicionales quesos tafinistos, de receta jesuita.
Experiencia ancestral
En la bodega comunitaria Los Amaicha , única del país administrada por descendientes de pueblos originarios, se expresa la antigua riqueza de este suelo. Gabriela Balderrama, quien junto con Micaela Lera recibe a los visitantes, cuenta que la comunidad se rige por una organización integrada por un consejo de ancianos y un cacique.
El establecimiento agrupa a 40 productores de distintos pueblos, que procesan entre 16.000 y 18.000 kilos de uva por vendimia. La bodega se fundó en 2016, y cuenta con un área de recepción, otra de degustación, la sala de elaboración y la cava.
“Buscamos cuidar las plantas para que sirvan muchos años”, dice Balderrama. Los vinos, elaborados con Criolla y Malbec, se venden con la marca “Sumak Kawsay”, en lengua Ka Kan, que en castellano significa “Buen Vivir”.
En el 2010 la familia italiana Spaini se enamoró del terruño tucumano y diseñó su proyecto vitivinícola en unas 13 hectáreas con Malbec y Cabernet Franc, a las que sumaron luego Torrontés. Hoy posee 120 hectáreas al pie del cerro de La Mina, donde se construyó la Finca Albarossa , con un hotel boutique rodeado de olivos.
Para conocer los vinos y mucho más
En la Ruta del Vino Tucumano es posible conocer a artesanos ceramistas y textiles, y también los emblemas gastronómicos de la región: las jugosas empanadas, la humita, el locro, el tamal y los imperdibles “sánguches de milanesas”.
Para equilibrar tanto festín, el entorno invita a ser disfrutado a pie, con una eco senda autoguiada, cabalgatas y trekkings de hasta tres días. En ese plan, se lucen los ascensos a cerros, avistajes de cascadas y visitas a sitios arqueológicos bajo un cielo turquesa surcado por cóndores.
Como puntos de interés, resaltan el cerro El Pelao, con sus vestigios de viviendas aborígenes; la cascada de Los Alisos, de 60 metros de altura; la Quebrada del Portugués, reserva natural que es hábitat de corzuelas coloradas, pecaríes, guanacos y varias especies de felinos, y el Valle de La Ciénaga, con su refugio de montaña.
En cualquiera de estos lugares, un picnic en la ruta del vino tucumano es, siempre, una invitación al disfrute.