Redescubriendo los Valles Calchaquíes

valles calchaquíes

El Noroeste argentino es un ejemplo de vitivinicultura extrema en el mundo. En especial los viñedos de los Valles Calchaquíes, donde las vides se cultivan entre los 1700 y 3100 metros de altitud.

En esta región, las condiciones secas y de máxima insolación contrastan con las frías noches de montaña, lo que da lugar a una amplitud térmica que duplica a la de cualquier otra zona vitícola. Es un conjunto de factores que ponen a prueba el poder de adaptación de las vitis viníferas y sellan a fuego el carácter de los vinos de altura. 

Pero en los últimos tiempos la región y sus vinos sirvieron de experiencia a las nuevas generaciones para refundar el concepto de los vinos de altura.

Lunares en los valles calchaquíes 

Hasta comienzos del 2000, la vitivinicultura calchaquí fue casi exclusiva del Valle de Cafayate, donde aún se encuentra la mayor cantidad de hectáreas cultivadas. Allí, los pioneros de la vitivinicultura de altura dieron vida a vinos intensos y profundos de la mano de una marcada maduración de las uvas como práctica característica del lugar. Así nacieron vinos briosos y potentes con los que el mundo descubrió el noroeste argentino. En blancos, mientras tanto, el torrontés profundo y floral parecía ser la única alternativa.

Sin embargo, durante los últimos veinte años nuevos viñedos emplazados en zonas más elevadas respecto de Cafayate y algunos parajes históricos como Molinos, Tacuil y Cachi hicieron importantes aportes al fine tunning de los vinos de altura. “Hoy ya no se busca mostrar la potencia de las uvas del valle sino la elegancia, complejidad y pureza de cada terruño calchaquí”, explica Raúl Dávalos (h), quien con sus vinos Valle Arriba explora zonas como Seclantás (2200msnm), Pucará (2400msnm) y Luracatao (2600msnm), además de Tacuil, propiedad de su familia e ícono de los vinos de extrema altura, a unos 2600 metros sobre el nivel del mar. 

“Estas regiones extremas nos llevaron a ensayar diferentes tipos de cosechas de las que se acostumbraban en Cafayate”, asegura Agustín Lanús, otro de los que recorre los Valles Calchaquíes en busca de frutas y viñedos al límite. “El terruño y la naturaleza nos demostró que podíamos cosechar antes sin perder el carácter del lugar, de modo que gradualmente aplicamos las mismas técnicas en Cafayate y alrededores”.

Fue así que comenzó a aparecer una saga de nuevos vinos que combinan uvas de estas regiones extremas o son single vineyards y dan cuenta de una frescura producto de la altura que se impone a la robustez de otros tiempos.

“El cambio en los puntos de cosecha (más temprana) y el trabajo en la viña para proteger las uvas con la canopia fueron las prácticas que comenzamos a explorar hace años para elaborar vinos más elegantes sin perder la identidad del lugar”, suma Francisco Puga, el winemaker responsable del cambio de estilo de las etiquetas de Porvenir de Cafayate y creador de una línea de vinos familiares que hoy se lucen en los valles Calchaquíes.

Nuevas generaciones, nuevos vinos

Enfocados en la producción de vinos de alta gama, los bodegueros de los Valles Calchaquíes siempre estuvieron dispuestos a exigir sus viñedos al máximo en pos de obtener los mejores resultados. Sin embargo, hoy la búsqueda de elegancia y docilidad se lleva a delante sin traicionar al terruño. 

Entre estos cambios vemos que se habla de mucho más que Malbec, Cabernet Sauvignon y Torrontés. Ya sea desde Cafayate, Tolombón o Payogasta, las opciones son variadas en blancos y tintos.

Un movimiento clave es el que reivindica a las uvas Criollas de parrales muy longevos y casi perdidos. Está impulsado por Alejandro Pepa de Bodega El Esteco, con su Criolla Old Vines a la que hoy se suman una decena de ejemplos entre los que destacamos Vallisto, Sunal Ilógico y Valle Arriba La Criollita.

Los vinos de corte son nuevamente la quintaessence calchaquí con casos refinados como Chañarpunco de El Esteco y L´Amitie Grand Vin de Francisco Puga con un perfil bourgignon sorprendente.

En materia de Malbec, los que dan cuenta de estos cambios son aquellos en los que el cuerpo se adelgaza a una expresión apretada pero refrescante como efecto de la altitud como sucede con Colomé Altura Máxima, Laborum Parcela Alto Río Seco de Porvenir de Cafayate, Estancia los Cardones o las más recientes ediciones de Amalaya.

Por último, el universo de los blancos de altura da cuenta de un Torrontés menos terpénico y más cítrico y floral que acompaña la tendencia de los vinos sutiles como Terrazas de Los Andes, El Esteco y Abras.

No obstante, el Sauvignon Blanc comienza a ganar terreno con ejemplares como RD de Tacuil y Altupalka Extremo, ambos desde los 2600 msnm de la finca Tacuil, o Colomé Lote Especial, elaborado con uvas de la finca Altura Máxima a 3111 msnm. 

Así las cosas, mientras las fronteras de la vitivinicultura son cada día más flexibles en latitud, en el Noroeste argentino desafiar las alturas resultó ser la herramienta para redescubrir potencial de una de las regiones vitivinícolas más hermosas y sorprendentes del planeta.

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