Qué son y cómo se forman las nuevas Indicaciones Geográficas en Argentina

Cómo se hace una Indicación Geográfica

Trevelin, Cordón El Cepillo y El Peral son algunas de las flamantes Indicaciones Geográficas de Argentina, que empezaremos a ver en las etiquetas de vinos, y que se suman a un listado que ya supera el centenar desde que se aprobó la Ley de Origen (Ley #25.163). El listado crece a cuentagotas cada año.

¿Cómo se hace una Indicación Geográfica (IG)? En pocas palabras, las indicaciones geográficas son una marca regional de uso común. Toda vez que las características de un vino se puede atribuir a una zona en particular, hay chances de proponer una IG, tal como se la conoce en la jerga, y así se establecen lugares que pueden ser mencionados en la etiqueta por todos los productores de una región. 

Las Indicaciones Geográficas argentinas están calcadas de las Europeas y son el punto de inicio para las Denominaciones de Origen Controladas en el vino. La diferencia: la IG es el reconocimiento de un lugar, las DOC indican el reconocimiento a un estilo de elaboración asociado a un lugar.

A contar de la reglamentación de la ley de origen para el vino en el año 2004, cada temporada se suman una o dos IG al listado. Al comienzo se reconocieron unas ochenta de hecho, porque eran ya lugares en uso por los productores y el objetivo fue protegerlos de usos indebidos. Así, Valle de Uco, Luján de Cuyo o San Rafael, por ejemplo, quedaron con este estatus desde el comienzo. 

Pero una mirada más detallada sobre los terroirs de Argentina reclama hilar más fino sobre el origen, ir más al detalle de una zonificación precisa. Ahí es cuando se hizo necesario establecer IG que no existían antes. El desafío, en consecuencia, es la construcción y reconocimiento de otras IG que no estaban en uso.

Cómo se hace una Indicación Geográfica

Cómo se hace una Indicación Geográfica

Tomemos el caso de Cordón El Cepillo, ubicada en Valle de Uco y aprobada a fines de diciembre de 2022, para entender cómo se hace una IG. Desde la década de 2000 se comenzó a plantar con viñedos la ceja alta del pedemonte en el departamento de San Carlos. Esa zona no estaba reconocida como un origen específico, porque hasta ese momento no había allí nada de viñedos.

Entre las bodegas que plantaron en la zona surgió la necesidad de establecer ese origen para darle un lugar en el mapa, pero también para poder separarlo de otras áreas cercanas.  Entre las zonas vecinas estaba Paraje Altamira y El Cepillo, como dos lugares que tampoco tenían en su origen límites claros aún cuando la gente los utilizaba a diario y no podían usarse en las etiquetas. Entonces, ¿de qué lugar provenían los vinos elaborados allí a comienzos de la década de 2010?

Primero se segmentó Paraje Altamira, en 2017, luego de un arduo estudio de suelos y clima que determinó una condición regular para la región. Quedó claro que los viñedos al sur –y con pendiente sur– no podían entrar en Altamira porque era una región diferente. Así nació Pampa El Cepillo para definir esa llanura. A la ceja del pedemonte le llevó algunos años más en convertirse en Cordón El Cepillo. En total, fue un ciclo de casi 10 años desde la presentación de Paraje Altamira como candidata hasta la aprobación de Cordón El Cepillo.

Cada una de estas tres Indicaciones Geográficas se sostienen en estudios de suelos y clima, además de valores históricos, que definen los rasgos de cada una. Ese material es elevado por el o los solicitantes al Instituto Nacional de Vitivinicultura y este último es el encargado de aprobar, promulgar y proteger el uso de las IG hacia el futuro.

Cómo se hace una Indicación Geográfica

En el caso que estamos recorriendo, se segmentó el área en la que el río Tunuyán llega a la llanura siguiendo estructuras de suelo y topografía, junto con clima, hasta establecer tres áreas. Hoy cada una conforma una IG, ya que el vino que en ellas se produce tiene características que se pueden atribuir a esas regiones.

El proceso, sin embargo, puede ser engorroso. En particular cuando la IG no tiene límites políticos preexistentes, ya que hay que establecerlos. Para algunos de los productores que quedan dentro o fuera la decisión puede resultar antipática y pueden apelar.  Es el viejo dilema de pertenecer o no a un club, y en ese caso es un organismo independiente que zanja la cuestión, como puede ser el Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria o distintas Universidades. Puestos de acuerdo, se establece una IG. Y es sólo el comienzo para entender cómo se hace una Indicación Geográfica. 

Una vez promulgada y habilitado su uso para el etiquetado, los vinos tienen que demostrar carácter suficiente para que el consumidor los reconozca. Carácter y distinción, habría sumar, y ahí el consorcio de bodegas que queda dentro de las IG es clave. Algunas, como Los Chacayes, trabajan activamente para construir la reputación de un lugar. Otros no tanto.

El truco en todo caso está en que, toda vez que una IG comienza el recorrido del reconocimiento, ningún privado puede apropiarse de su uso. Y todas las marcas de vino involucradas tienen que respetar la forma y nombre de la IG que las comprende. Así, con el tiempo, se consolidan lugares de renombre y, quién sabe luego, también las bases para establecer una Denominación de Origen.

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