Indicación geográfica Calingasta: vinos con identidad propia

Indicación geográfica Calingasta

Definido como Indicación Geográfica Calingasta y ubicado entre la cordillera frontal y la precordillera, el Valle de Calingasta combina viñedos añejos, una rica cultura y paisajes imperdibles. Vinculada por años a la minería, esta zona siempre contó con pequeños viñedos plantados por los primeros inmigrantes que la habitaron; parrales centenarios que fueron testigos del auge, la crisis y hoy del renacimiento de una vitivinicultura que despierta pasiones. 

Indicación geográfica Calingasta

Indicación geográfica Calingasta

Compuesta por parajes de montaña detenidos en el tiempo, como Hilario, Tamberías y Sorocayense; y la zona de Barreal, la Indicación Geográfica Calingasta se convirtió en una de las regiones vitivinícolas emergentes más atractivas del mapa argentino. 

Emplazada entre la cordillera frontal y la precordillera, esta IG se encuentra en el punto donde se unen los tres ríos que forman el río San Juan: el río Los Patos, que viene desde el sur hacia el norte; el río Calingasta, que viene desde el oeste y el río Castaño, que llega desde el norte y hacia el sur. Esta particularidad asegura el agua necesaria para el riego de estos cultivos que se ubican entre los 1350 y 1700 metros de altura. 

Tanto Paraje Hilario como la zona de Barreal, donde existen los viñedos más antiguos, se encuentran sobre la margen derecha del río Los Patos, mientras que en la margen izquierda se ubican Sorocayense, Tamberías y Calingasta, las zonas con los viñedos más jóvenes. Un aspecto para destacar es la filosofía de respeto por la naturaleza y vinificaciones de mínima intervención. 

Indicación geográfica Calingasta

“Calingasta tiene el valor de sumar a la escena argentina una zona vitivinícola con mucha historia, un patrimonio genético con viñas viejas y un gran futuro a través de las viñas nuevas. Es una zona muy cualitativa en crecimiento tanto en superficie como en bodegas y productores artesanales”, comenta Andrés Biscaisaque de Finca Los Dragones, uno de los proyectos pujante de Barreal.

Cada uno de estos parajes tiene sello propio: al sur, hacia Barreal, encontramos vinos de acidez marcada, con más frescura y textura. Al norte se luce vinos más frutales con buena concentración producto de una mayor exposición solar.


El clima como protagonista

Algunas condiciones climáticas son inherentes a todo Calingasta. Al ser un valle de altura, con su punto más alto en Barreal a 1700 msnm, es un lugar al que no llega la humedad del este ni del oeste. A esto se le suma un promedio de precipitaciones de 80 mm que, cuando suceden, lo hacen durante el verano, época en la que también gana protagonismo un factor importante: el viento Zonda. 

De todas maneras, para el geofísico Guillermo Corona lo más llamativo del Valle de Calingasta es la amplitud térmica: “pueden llegar a existir amplitudes de hasta 24 grados de diferencia, un factor que aumenta el riesgo de heladas”, explica. Durante el día, la planta tiene una radiación propiciada por las temperaturas y la exposición solar y, durante la noche, sufre del frío extremo, factores que acentúan la impronta vallista de los vinos.

Su extensión de 120 kilómetros y el hecho de estar ubicada entre cordilleras, hace que las características de los suelos de la indicación geográfica Calingasta sean muy variables. En general, son suelos pedregosos y, como explica Corona, “como en todo clima árido, no hay abundancia de arcilla”.

Viejos y nuevos viñedos

Indicación geográfica Calingasta

Actualmente, en el valle hay unas 300 hectáreas plantadas, de las cuales aproximadamente 30 tienen entre 60 y 100 años. Ubicadas mayormente en Paraje Hilario y en parral, en esos viñedos las variedades más presentes son Torrontés Sanjuanino y la Cereza mientras que el tesoro que atrajo a los primeros proyectos que apostaron a la historia del valle son los más antiguos de Criolla Chica y Moscatel Blanco. Las viñas centenarias son la bandera de vitivinicultura del valle de Calingasta

Estas variedades son producto de un viejo modelo de vitivinicultura en el que se co-plantaban variedades de buen rendimiento para responder a la gran demanda que tenía el mercado interno de la época. Con la crisis y la caída del consumo per cápita, también cayeron las posibilidades de aquellos viticultores y si bien hoy en día aún quedan familias que conservan esas viñas, la mayoría de las hectáreas plantadas actualmente son dominadas por otra variedad: el Malbec. Sin embargo, algunos productores ya  incursionaron en otras variedades, como el Cabernet Franc y la Garnacha.

El ingeniero agrónomo y fundador de Cara Sur, proyecto que puso nuevamente a Calingasta en el mapa vitinícola, Francisco Bugallo, destaca: “Afortunadamente algunos propietarios y familias mantuvieron la actividad y las viñas patrimoniales que de alguna manera son iniciadoras de lo que sucede hoy en día en Calingasta”.

Luz María Ossa, a cargo de la bodega familiar Entre Tapias, un emprendimiento pionero -en el año 2005- en la plantación de vides en la zona de Barreal, cree que el Valle de Calingasta “tiene un enorme potencial a partir de las condiciones climáticas favorables y la posibilidad de lograr vinos que expresan la fruta y las características de un lugar tan singular”.

Las claves para un futuro promisorio

Para lograr asentar distintos proyectos es necesario que logren ser sustentables y sostenibles a través del tiempo y el valle de Calingasta no es la excepción. 

Si bien hoy en día existen distintos vinos que están consolidados en la Argentina y en algunos mercados externos, como el caso de Cara Sur, Finca Los Dragones o Bodega del Carmen, orientar los esfuerzos hacia ejes afines al vino es una alternativa para explorar. 

Así lo entiende Bugallo: “Calingasta tiene que convertirse en un lugar en el que se puedan vivir experiencias especiales vinculadas a la gastronomía y la vitivinicultura”. Cara Sur, bodega que comanda junto a Sebastián Zuccardi, abre sus puertas al turismo con una propuesta muy ligada a la cultura del valle. 

Sin dudas el Valle de Calingasta, con sus más de cien años de vitivinicultura viva y la diversidad con la que está creciendo hoy, es un patrimonio de la viticultura de la Argentina que es necesario conservar y proteger.

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