Desde tiempos ancestrales, los valles calchaquíes han sido testigos de historias talladas en la roca y escritas por el viento. Sus paisajes, marcados por montañas imponentes y un cielo inmenso, no solo encierran el legado de antiguas civilizaciones, sino que también albergan uno de los grandes tesoros de la vitivinicultura argentina. En los últimos diez años, esta zona ha visto un crecimiento extraordinario en su producción vitivinícola, convirtiéndose en la cuarta región con mayor superficie de viñedos del país y consolidándose como referente de la diversidad del vino argentino.
Se trata de una región de valles profundos y elevadas altitudes que abarcan el noroeste de Tucumán, el norte de Catamarca y, en Salta, las localidades de Cachi, Molinos, San Carlos y Cafayate.
De acuerdo con los últimos datos disponibles del Instituto Nacional de Vitivinicultura (INV), la región cuenta con 4.182 hectáreas de viñedos distribuidas en 466 fincas. Este crecimiento ha sido notorio: en el año 2000, la superficie plantada era de 2.303 hectáreas, lo que implica un aumento del 82% en las últimas dos décadas. Este avance no solo significó un incremento en cantidad, sino también en calidad, con una predominancia de cepas tintas como malbec y cabernet sauvignon, que representan el 55% de la superficie cultivada.
El clima de los valles calchaquíes: amplitud térmica y tierras diferentes

El clima de los valles calchaquíes es una variable determinante en el perfil de sus vinos. Con temperaturas templadas, una notable amplitud térmica y un prolongado periodo libre de heladas desde octubre hasta abril, la región permite una maduración paulatina de las uvas. No obstante, las tormentas estivales y el granizo son fenómenos recurrentes que desafían el trabajo de los productores. En cuanto a los suelos, predominan los de textura franco-arenosa o arenosa, con una elevada proporción de piedras en el subsuelo, lo que favorece un drenaje excelente y la concentración de los compuestos en la uva.
Productores y enólogos destacan la particularidad de estos suelos. Rafael Domingo, de Domingo Molina, describe que en las laderas del oeste de Cafayate se encuentran suelos con grandes piedras y escasa materia orgánica, “lo que obliga a las raíces a profundizar en busca de agua y nutrientes”. Por su parte, Claudio Maza, de El Esteco, subraya el potencial de la finca El Socorro, donde el predominio de piedra calcárea “contribuye a la elaboración de vinos con un perfil distintivo”.
El agua para el riego proviene de los ríos Calchaquí y Santa María, así como de diversos afluentes que nutren los cultivos. La radiación solar juega un papel clave: las mañanas soleadas y las tardes más templadas permiten controlar la maduración de la uva, favoreciendo vinos frescos sin exceso de notas sobre maduras. Como explica Domingo, “una buena gestión del follaje contribuye a evitar la sobre maduración y potenciar perfiles frescos y expresivos”.
Los valles calchaquíes: de alturas y cepas

Otro factor esencial es la altura, que en esta región oscila entre los 1.500 y 3.000 metros sobre el nivel del mar. Agustín Lanús, enólogo de Agustín Lanús Wines, destaca que “la altitud impacta directamente en la concentración de las uvas, intensificando colores y aportando sabores no tan comunes en malbecs tradicionales. Además, los terruños de altura suelen caracterizarse por suelos pobres y secos, lo que refuerza la resistencia de las vides”.
En cuanto a la composición de los viñedos, en particular en la provincia de Salta, el 98% de la superficie se reparte entre 16 variedades, siendo el malbec la más cultivada, con un crecimiento significativo en los últimos años. Entre 2008 y 2017, esta cepa pasó de 454 hectáreas a 1.308 hectáreas, lo que representa un incremento de 853 hectáreas en apenas una década. Le siguen en importancia el cabernet sauvignon y el tannat, mientras que el torrontés riojano, históricamente emblema de la región, cede espacio pero sigue ocupando el segundo lugar con un 29% de la superficie total.
El tannat, por su parte, tiene una historia interesante en la región. Introducido en Argentina desde Entre Ríos en el siglo XIX, fue ampliamente adoptado en Salta, donde su potencia y estructura han encontrado un terreno propicio para desarrollarse. Miguel Hurtado, primer enólogo salteño, ya en 1928 destacaba su capacidad para producir vinos de cuerpo y calidad.
Otra particularidad de algunos de los vinos de los valles calchaquíes es la presencia de pirazinas, compuestos aromáticos responsables de notas a pimiento verde en variedades como cabernet sauvignon y cabernet franc. Mientras que en otras regiones del mundo este descriptor suele asociarse a una falta de madurez, aquí se considera parte de la identidad de sus vinos.
La evolución enóloga de la región ha sido notoria. En el pasado, los vinos de los valles calchaquíes solían destacarse por su concentración y rusticidad. Sin embargo, con la incorporación de tecnología, nuevas prácticas agronómicas y una visión más refinada de sus terruños, los vinos han evolucionado hacia un perfil más elegante y fresco, sin perder su identidad.
En este sentido Lucía Romero, directora de El Porvenir de Cafayate, destaca que en términos de innovación, la exploración de nuevas variedades y estilos “sigue creciendo, así como el uso de levaduras nativas y crianzas en recipientes diversos como ánforas y huevos de concreto”.
Todo esto, agrega Lucía, “está acompañado de continuar estudiando nuestros suelos y traer expertos en geología, lo que nos permite entender mejor las particularidades de la región y cómo potenciarlas en nuestros vinos”.
Algunas muestras de ello son Chañar Punco Red Blend de Bodega El Esteco; Sunal Exploración Criolla Blanca de Agustín Lanús Wines y Alto Los Cuises Malbec de Bodega El Porvenir de Cafayate.
Este equilibrio entre tradición e innovación ha llevado a una mayor aceptación en el mercado, consolidando a los valles calchaquíes como una de las zonas vitivinícolas más apasionantes de Argentina.
En cuanto al futuro de la región, Romero lo tiene claro: “La sustentabilidad es clave en esta era. Debemos comprometernos a hacer las cosas mejor para las próximas generaciones. Apostar por certificaciones nos ayuda a avanzar en ese camino, al igual que la optimización del uso del agua y la eficiencia energética, factores fundamentales para el desarrollo sostenible”.