A los argentinos, nos gusta relacionar todo con todo. Es por esto que hasta el tema más trivial deriva en largas charlas, por lo general apasionadas y llenas de anécdotas. Si hay alguna copa de vino de por medio, mucho más.
En mi caso, cada vez que me toca hablar de nuestros vinos recurro a muchos ejemplos de nuestra cultura, en especial a otra gran pasión argentina: el fútbol. Como si fuera el director técnico de un equipo vitivinícola, acostumbro armar formaciones con mis vinos favoritos y asignar a cada varietal un lugar en el campo de juego según la relevancia que cada cepa tiene para nuestra industria vínica.
Hace unas semanas, aproveché este recurso para explicar a un grupo de sommeliers canadienses la actualidad de la Bonarda. Según ellos, estos vinos son muy atractivos para su mercado, pero notan que los argentinos no acostumbramos a hablar mucho de ellos. Fue entonces que me puse el uniforme de técnico y les expliqué: “El Malbec es el Messi de nuestra vitivinicultura. Versátil, complejo y con infinitas habilidades para sorprender. Pero la Bonarda es como Mascherano, pieza clave de nuestro Seleccionado Nacional, cuyas actuaciones siempre son eclipsadas por el sagaz crack del equipo. Incluso los nuevos talentos, digamos Cabernet Franc, pueden también robarle protagonismo”. No sabía de antemano cuánto dominaban la jerga futbolística, aunque estoy seguro de que comprendieron que la Bonarda es una pieza fundamental para la identidad del vino argentino. Pero también aproveché para contarles que hoy, con nuevos estilos y versiones, demuestra que tiene bien merecida la titularidad. Veamos entonces qué nos depara este varietal para los próximos años.
Versiones light
La Bonarda argentina es la segunda cepa más cultivada del país, detrás del Malbec. Durante los últimos veinte años, sus 19.150 hectáreas dieron vida tanto a vinos de corte como a varietales. En un principio, su atributo más relevante era que colaboraba con color y estructura con su paladar jugoso, vibrante y buen cuerpo.
Pero ese perfil hizo que muchos de sus vinos se acercaran demasiado a los del Malbec. Fue entonces que lentamente otros vinos de expresión más original se le aventajaron. Hoy las cosas son muy diferentes, básicamente porque la Bonarda encontró su propia expresión que da cuenta de una aromática balsámica y especiada donde la fruta es solo un complemento, mientras que en boca un menor uso del roble y cosechas más tempranas permiten saborear vinos más ligeros y sutiles, incluso entre los de alta gama.
Entre los enólogos que han aligerado sus Bonarda, se encuentra Pablo Durigutti, quien explica: “Esta cepa nos demostró que tiene el carácter suficiente para dar vinos frescos y sutiles, aun en climas cálidos”. Basta con probar las nuevas versiones de sus Aguijón de Abeja, Durigutti Clásico y la versión Reserva. En la misma sintonía, Sebastián Zuccardi asegura que “la Bonarda no quiere ser Malbec”, y su Emma 2014 demuestra que en los viñedos fríos del Valle de Uco el potencial para dar vinos versátiles y gastronómicos es infinito para este varietal.
Por este mismo camino, se pueden aprovechar Chakana Nuna, Calcáreo, de Michelini Bros, Lamadrid Estate, The Apple Doesn’t Fall Far From The Tree, de Matías Riccitelli, y Tupun.
Nuevas y curiosas versiones
Si bien siempre ha sido una especialidad de las zonas cálidas de Mendoza, la Bonarda ya se cultiva en todas las regiones del país. Incluso durante los últimos cinco años, fue de las pocas cepas en ampliar su superficie con 1.000 nuevas hectáreas.
Una curiosidad son las versiones que se elaboran en altura. Por ejemplo, en Calingasta, un valle ubicado a 1.500 metros de altura en la provincia de San Juan, el proyecto Cara Sur elabora un varietal que fermenta en huevos de hormigón y logra un estilo dócil y balsámico que se convirtió en objeto de deseo de los enófilos curiosos. Mientras tanto, en los Valles Calchaquíes, a 1.750 metros, dos etiquetas sorprenden con una expresión profunda, jugosa y amable. Son Colomé Lote Especial y Laborum Bonarda, de la bodega Porvenir de Cafayate.
Desde hace unos años, Matías Michelini produce otro que cautiva a los cazadores de rarezas, para su línea Vía Revolucionaria. Es un tinto elaborado a partir de maceración carbónica al estilo beaujolais nouveau. Por su parte, Colonia Las Liebres, un clásico entre los amantes del varietal, abandonó las barricas para criarlo en cemento y así lograr también un tinto ideal para días cálidos y platos de impronta italiana. Pero no es su única innovación. También elabora un Brut Nature con método tradicional que puede llegar a confundir a los paladares más entrenados. Un vino singular que se suma al producido por el proyecto de espumosos Alma 4, con más de una década en el mercado.
Por lo tanto, así como el gran Mascherano jamás falla en el campo, los tintos de Bonarda siguen a paso firme conquistando paladares sin necesidad de ocupar la primera plana.