La cordillera de Los Andes es mucho más grande y diversa que una postal de elevados picos nevados. De hecho, a lo largo de su irregular geografía, encierra salares, valles profundos, volcanes y un gran número de cordones montañosos con particularidades propias. Eso es lo que sucede, por ejemplo, en los valles paralelos de La Rioja, una provincia poco conocida fuera de Argentina con peso y terruños propios a la hora de ofrecer vinos que expresan las singularidades del lugar.
“No hay nada mejor que probar un Torrontés Riojano elaborado en tierras riojanas”, asegura Juan Banno, enólogo de Bodega San Huberto, una de las casas que levanta como bandera esta variedad de uva criolla, vastamente plantada en el noroeste argentino, que se caracteriza por sus intensos y fragantes aromas florales.
De hecho, esa es una de las principales características de los vinos de La Rioja: el Torrontés Riojano cubre 2050 hectáreas contra casi 800 de Malbec, sobre un total de 7700 hectáreas según los últimos datos disponibles (2020).
Vinos de La Rioja, con personalidad propia
Después de Mendoza y de San Juan, La Rioja es la tercera provincia que más litros de vino produce en la Argentina. La mayor parte de su superficie cultivada se encuentra en los Valles de Famatina, un oasis productivo de clima caluroso y pocas lluvias que corre entre las Sierras de Velasco y de Famatina, al oeste de la provincia.
Pero otros valles riojanos –como Aminga, Angulos o Chañarmuyo– también aportan sus identidades a la diversidad creciente que exhibe el vino de esta zona con una larga historia asociada a la vitivinicultura.
De hecho, en el último tiempo, bodegas mendocinas comenzaron a explorar la región para abastecerse de algunas uvas premium. Con buena concentración en tintos, los valles cordilleranos aportan frescura y una cosecha diferenciada en tiempo de Mendoza. Eso, sumado a un paisaje dramático, como es la Sierra de Famatina -con sus nieves eternas de 6070 metros o las gargantas de arenisca del Parque Nacional Talampaya, entre otros- confieren a La Rioja un paisaje vitícola único.
“Dentro de La Rioja hay variadas regiones con microclimas muy particulares. La Sierra de Famatina, por ejemplo, nos garantiza tener noches frescas que tanto bien les hacen a nuestras uvas”, comenta Javier Collovati, ingeniero agrónomo y gerente de producción de la Bodega Valle La Puerta.
Alturas y valles
Como en casi toda la Cordillera, la altura es el factor determinante a la hora de hacer vinos. Más en La Rioja, cuya latitud es relativamente baja (29° 14’ para Chilecito). Ejemplo de la variedad de terruños lo aportan las alturas a las que están plantados los viñedos, que van desde los 900 metros sobre el nivel del mar del Valle de Chilecito, en Famatina, a los 1400 del Valle de Aminga o a los 1850 en Angulos, justo antes de los 1650 en el Valle de Chañarmuyo.
Explorar esa diversidad ha sido un elemento clave para el desarrollo de vinos con distintas identidades.
“En los últimos años La Rioja ha ido encontrando su personalidad –opina por su parte Matías Tomás Prieto, de la Bodega Chañarmuyo, establecida en el valle homónimo–. Siempre fue un híbrido entre Mendoza y Salta, que marcan los extremos; con vinos de mucha concentración, más bien calientes hasta ahora, La Rioja ha sabido mejorar su punto de cosecha y poder demostrar lo que realmente puede ofrecer”.
Colovatti coincide: “En los últimos años hemos visto un crecimiento importante en calidad de los vinos, debido a trabajos tempranos en los viñedos para diferenciar sectores dentro de la finca que produzcan distintas calidades. De esa forma, al momento de cosecharlos, poder dirigir esa producción a las distintas líneas de vinos”.
Ya desde la poda hacen un manejo diferenciado por los distintos suelos aluvionales: “tenemos mucha variabilidad y, por ello, gran diferencia dentro de los lotes de cultivo; es muy importante poder diferenciarlos y podar de manera selectiva”, dice.
Varietales tradicionales e innovadores
Como hemos mencionado al principio, el Torrontés Riojano es la variedad estrella de esta provincia. “En sus aromas siempre están presentes las notas florales tan características”, describe Juan Banno. Al azahar y las rosas, se suman trazos de frutas que pican entre las tropicales y las cítricas.
Estructura media y acidez de moderada a baja solía ser lo habitual en estos vinos, aunque la búsqueda de un momento más temprano de cosecha ha sido crucial en dotar de frescura a estos vinos. “El momento de cosecha es muy importante para lograr un producto de calidad y para ello se hacen degustaciones de bayas y así definir el momento adecuado para la cosecha”, agrega Javier Collovati.
Los tintos riojanos están dominados por Malbec y Cabernet Sauvignon, seguidos de cerca por Bonarda y Syrah. “Se caracterizan por colores intensos, de gran riqueza aromática y gustativa, con taninos maduros”, cuenta Banno. También es posible encontrar vinos de otras variedades tintas no tan asociadas en el imaginario con La Rioja, como Tannat o Cabernet Franc, vinificados como varietales o como componentes de vinos de corte. Y lo mismo puede decirse de las variedades blancas.
“Hoy podés salir de las variedades clásicas de los vinos de La Rioja y encontrar excelentes Malbec, Tannat, Chardonnay, Cabernet Franc, e incluso espumantes de alta gama”, dice Matías Tomás Prieto, y agrega: “Creo que todavía falta muchísimo por descubrir en La Rioja. Hoy los vinos argentinos tienen identidad de cada una de sus zonas, porque hablan de lo que expresa un terroir, y en ese contexto el vino riojano actual está generando su identidad”.
La receptividad del consumidor internacional favorece a los vinos de La Rioja, asegura Prieto. “El mercado internacional está necesitando encontrar nuevas cosas en la Argentina. Ya salimos del Malbec argentino para focalizarnos en Malbecs y otros varietales de sus provincias, de diferentes regiones y diferentes subregiones, y hay una receptividad muy buena con respecto a los vinos de La Rioja”.