Viento Zonda: carácter del terroir y fuerza de la naturaleza

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Una fría mañana de agosto en Mendoza. Es un día seco y limpio. Los termómetros en la viña tocaron algunos pocos grados bajo cero. Nada riesgoso para las plantas que duermen su apacible descanso de invierno. El viticultor, sin embargo, mientras poda la vid mira más allá, hacia la Cordillera de Los Andes: está envuelta en una suerte de niebla blanca que funde las cumbres con las nubes o bien está coronada por unas grandes nubes en forma de almendra. Es el viento Zonda que agita las montañas. Y lo sabe.

Cuando sopla el viento Zonda

En el mes de agosto, en pleno invierno, este viento caliente y seco que baja de Los Andes no supone ningún peligro. Es más, cuando a las tres de la tarde ese día, el mismo viticultor que arrancó emponchado la mañana esté podando al sol tibio, envuelto en una sensación de gracia, lo hará vestido con un suéter o bien en mangas cortas. Las condiciones no pueden ser más benignas, a no ser por un dato inquietante: esa tormenta lejana que agita las montañas es un presagio, un elemento de amenaza. Si está podando tan tarde como en agosto, es porque quiere retrasar al máximo la brotación.

A fines de septiembre u octubre, sin embargo, la misma tormenta lejana es condición de alarma. El viento Zonda que azota la cordillera desde el Pacífico y que envuelve en las nubes de la descarga de nieve es también la más temible amenaza para el viticultor. La mañana arranca fría y seca, pero al mediodía, cuando el Zonda ya se percibe en el aire, el calor benigno de su aliento encierra todos los temores posibles.

Las plantas están brotadas y este calor exótico empuja a la vid para crecer. Es cuando comienzan las ráfagas de viento. Primero se ve a la distancia desde el viñedo: una nube de polvo avanza desde el norte o del oeste. Mejor guardarse en casa y cerrar los postigos.

El infierno tan temido

Para las cuatro de la tarde el viento es ya una rugiente presencia. Arrachado, con ráfagas de hasta 100 kilómetros por hora, el viñedo queda envuelto una nube de polvo, seca como el desierto, caliente como el aliento de un dragón.

A comienzos de octubre, recién declarada la primavera, durante un viento Zonda la temperatura puede trepar a los 40 grados en una sequedad que escalda los ojos. La baja presión que conlleva se siente en las sienes: el dolor de cabeza afecta a buena parte de las personas y cierta somnolencia del cuerpo contrasta con la agitación general. Fuera se quiebran las ramas de los árboles, se vuelan las chapas de los techos, se cortan las rutas por la falta de visión.

Para el viticultor se cumple el peor de los escenarios. Las plantas están sometidas a un estrés climático que empuja los brotes, por un lado, pero por el otro la humedad es tan baja que el riesgo de helada aumenta dramáticamente. ¿Con 40 grados durante la tarde? Más en ese contexto.

Luego del Zonda, que se sosiega por la noche, entra puntual un frente frío desde el Sur y la temperatura baja y baja. Sin el contenedor natural de la humedad, que podría cambiar las cosas, la helada pasa de la zona de riesgo a la de una realidad lacerante. En cuestión de horas los termómetros bajan a -1, -2 y más. Los brotes quedan expuestos a su efecto y, salvo una defensa activa contra la helada o que el viñedo que esté a una altura tal que el aire frío llegue luego del amanecer, se queman.

Un viento de leyenda

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El viento Zonda es un tipo de viento muy conocido y estudiado en el mundo. En Argentina recibe este nombre sobrio, pero su efecto es bien conocido en el mundo de la meteorología. El primero descrito en su tipo es el Foehn de los Alpes, pero también se verifica en algunos otros lugares del mundo bajo otros nombres: el Chinook de la Cordillera Rocallosa entre Estados Unidos y Canadá, el Berg-Wind de Sudáfrica, y el Northwesterly de Nueva Zelanda.

Es un viento característico de las cordilleras. En el caso del Zonda, el mecanismo se verifica desde mayo a noviembre. Los vientos del Pacífico ascienden por las laderas de Los Andes, perdiendo su humedad en forma de lluvia o nieve según la altura y regularmente siguen su curso en las alturas como un viento frío y seco. Cuando, por el contrario, desciende al llano, el Zonda se calienta por efecto de la compresión –desciende desde los 6 mil metros a los 800 sobre el nivel del mar– y se transforma en una masa caliente y deshidratada.

Para la vitivinicultura y la fruticultura es una amenaza constante una vez que las plantas brotan. Y en particular para la vid, además del riesgo de helada, afecta particularmente el cuaje de algunas variedades como Malbec, siempre que ocurra en floración, sobre el mes de noviembre. 

Para esa fecha, las condiciones de circulación global de los vientos comienza a cambiar y el Zonda deja de ser una presión constante. El ciclo de la vid ingresa en una zona de seguridad desde un teórico 15 de noviembre en adelante, en un paréntesis de gracia conocido como el período libre de heladas.

De aquí en más el viticultor puede ver la montaña cada mañana y asombrarse por cómo cambia día a día, igual que sus vides, pero lo hace sin el temor que siente a comienzos de la primavera. Pueden ocurrir algunos Zondas más, pero la virulencia del fenómeno será espasmódica y errática. Pasado este período, las uvas están garantizadas hasta las tormentas de verano.

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