Elise Treiber, la tercera generación de las grandes inversiones europeas comienza su camino en el vino argentino

Elise Treiber

Entre finales de la década del 90 y principios de la del 2000, la vitivinicultura argentina vivió un antes y un después que cambió para siempre la industria. Por esos años, inversores de todas partes del mundo llegaron al país y pusieron sus ojos en los viñedos y bodegas argentinas para iniciar negocios que actualmente empiezan, poco a poco, a estar liderados por las terceras generaciones. 

Un ejemplo de este fenómeno es Elise Treiber, nieta de Catherine Péré Vergé (de la familia propietaria de Cristallerie d’Arques), quien luego de su exitosa experiencia con los châteaux Montviel, La Violette y Le Gay en Pomerol, Francia, en 1998 se sumó al proyecto de Michel Rolland en Valle de Uco, Clos de los Siete, y fundó Monteviejo. Tras su partida, su hija Helene Parent decidió quedarse con esta bodega, que hoy lidera la menor de sus hijas. 

Con el recuerdo fresco del momento en el que cortó la cinta inaugural de la bodega -de la mano de su abuela, en el año 2002- hoy, un cuarto de siglo después, Elise es la directora de Monteviejo. Comparte la presidencia con su madre y su hermana Emma y es, a su vez, la responsable de continuar con el legado familiar. Con un español cada vez más fluido y el entusiasmo de quien tiene todo por hacer en un proyecto de gran reputación en la vitivinicultura argentina, Elise Treiber conversó con Wines of Argentina. 

Entrevista a Elise Treiber

Elise Treiber

La historia de la familia, el desafío de transmitir todos sus conocimientos sobre marketing de moda al mundo del vino; los objetivos en esta nueva etapa, a la que se sumó la salida de su histórico enólogo, Marcelo Pelleriti, y los lanzamientos que vienen, son algunos de los temas de los que habló Elise Treiber. 

¿Cómo se dio tu arribo a la bodega?

Fue una continuación del legado familiar. Desde pequeña, mi hermana, mis primos y yo viajábamos con nuestra abuela a las vendimias en Pomerol, en septiembre, por lo que siempre estuvimos involucrados en el mundo del vino. Algunos años después de que ella falleció, mi mamá quiso que nos involucráramos más, asistiendo a las reuniones de dirección que se hacían en Monteviejo y aprendiendo sobre el negocio.

Mi hermana no estaba tan interesada, pero yo sí; y empecé a viajar a Mendoza hace cinco años, aproximadamente dos o tres veces al año. Cuando se realizó la división de los negocios familiares con mis tíos, mi mamá eligió Monteviejo porque amaba Argentina, su autenticidad y la pasión de su gente. Helene siempre ha estado enamorada de este país y del proyecto de Monteviejo porque encontró aquí mucho amor, y que las cosas se hacen con el corazón. Desde el principio, sabía que quería continuar con la bodega.

Durante uno de nuestros viajes a Mendoza, Marcelo Pelleriti nos informó sobre su decisión de salir del proyecto. Entonces le dije a mi mamá que me quedaría para ayudar con la transición y manejar esa situación. Como ella tenía compromisos en Francia, asumí el reto. Encontré una oportunidad para involucrarme más en el día a día y un nuevo lugar para estar más presente en el desarrollo del proyecto.

¿Cómo fue para vos instalarte en Mendoza?

Siempre había asociado los viajes a Mendoza y Buenos Aires con Monteviejo. Sin embargo, estar aquí una gran parte del año ha sido muy diferente a mis visitas anteriores, donde solo veía análisis más globales. Ahora, al estar en el día a día, involucrada en todos los procesos, identificando problemas y buscando mejoras, me di cuenta de que es algo continuo. Llevo más de un año y medio en esta nueva etapa y siempre estoy creciendo. 

Es un ciclo constante. Al principio pensé que podía resolver un tema a la vez, pero después entendí que siempre hay algo en evolución; en Monteviejo trabajamos 96 personas, y es completamente normal que los cambios lleven tiempo.
A pesar de eso, es muy gratificante, porque todo el equipo pone mucho corazón y pasión en lo que hace. Aman el proyecto y muestran un profundo respeto, desde el cuidado de la tierra hasta el resultado final. Esto abarca a todos: desde el personal de administración hasta quien sirve el vino en el restaurante. Eso fue algo que me sorprendió de Argentina, una dedicación que no había sentido en las empresas en las que trabajé en Francia.

¿Cómo sentís la responsabilidad de continuar el legado de una de las bodegas pioneras de la alta gama en Mendoza?

Recibo el legado con mucha responsabilidad y respeto. Por ejemplo, soy muy tradicional en mi visión de cómo debemos hacer La Violeta: exactamente de la misma manera que al principio, respetando las mismas parcelas, el mismo savoir faire, desgranando a mano y microvinificando con la misma tenacidad. Lo mismo aplica para Lindaflor y Petite Fleur. Mi prioridad es respetar y honrar la tradición. Podemos explorar nuevas formas de trabajar, pero sin perder el saber histórico que hemos adquirido.

Esa es una gran responsabilidad, queremos mantener vivos los métodos de microvinificación especialmente, para que no desaparezcan o se pierdan por cambios en las modas o los estilos. Por eso, quiero preservar esta forma de hacer vino, elevar la calidad y seguir elaborando productos de alta gama. Además, quiero dar más visibilidad a estos vinos mediante la comunicación y el marketing, que es el área donde tengo mayor experiencia. Es una forma de asegurar que el legado de nuestra bodega siga creciendo y manteniéndose relevante.

¿Cuáles son tus desafíos a largo plazo con la bodega? 

Quiero que Monteviejo sea más conocida en toda Argentina, no sólo en Buenos Aires, donde ya tenemos una muy buena imagen. Otro objetivo es expandir la distribución y comercialización para que la calidad de nuestros productos sea reconocida en todo el mundo. Por una cuestión de sustentabilidad y cercanía, prefiero enfocarme en mercados como Brasil y México, donde la manera de consumir vino está cambiando mucho. También quiero que seamos muy competitivos en Europa.

Aunque es difícil hacerse un espacio, ya tenemos presencia allí y Europa -junto con Canadá- son hoy en día nuestros mercados más grandes. Para fortalecer esto, debemos participar en más eventos y mostrar la excelente calidad de la alta gama argentina y la relación precio-calidad, que es excepcional. Incluso creo que nuestros vinos podrían tener un valor más alto, pero para lograrlo necesitamos que nos conozcan más, algo que depende tanto del trabajo de Monteviejo como del esfuerzo conjunto de WofA y otras bodegas.

Luego, en Estados Unidos queremos enfocarnos más en Petite Fleur; mientras que para Canadá y otros mercados donde la sustentabilidad es muy importante lanzaremos en 2025 una línea de vino orgánico, un proyecto muy especial inspirado en mi madre, quien ama la naturaleza. Dentro de la bodega, planeamos reactivar el restaurante y desarrollar un proyecto de hospedaje llamado Casa de Helene. Este espacio estará vinculado al concepto del vino orgánico y ofrecerá una experiencia completa: un retiro espiritual conectado con el viñedo y el entorno natural.

¿Y en el corto y mediano plazo?

Primero, que la cosecha salga bien (risas). Entre otras cosas, hemos colocado tela antigranizo en 40 hectáreas y proyectamos que para septiembre de 2025 toda la finca estará cubierta. Además, junto con José Mounier, nuestro enólogo, estamos trabajando en nuevas líneas de vinos que representen esta nueva etapa de la bodega, con una directora y un enólogo jóvenes. Queremos crear un portfolio que se posicione entre Petite Fleur y Lindaflor dentro de la alta gama.

Ya estamos avanzando en este proyecto, afinando detalles como el diseño de las etiquetas, y planeamos lanzarlo en 2025. En las nuevas líneas, el terroir tendrá un papel protagonista. Aunque no serán vinos jóvenes en términos de estilo, la comunicación tendrá un enfoque renovado. Queremos reinterpretar la marca, mostrando que estamos activos, innovando y que todavía tenemos mucho por contar.

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