NO LO PUEDO CREER. Te estoy escribiendo por primera vez desde el verano sudamericano. Honestamente, yo tampoco esperaba que mis deseos se cumplieran tan rápido, pero aquí estoy, feliz, tratando de saborear cada segundo de este sueño.
Dos posteos atrás, te contaba sobre la Fiesta Nacional de la Vendimia en Mendoza y cómo enloquecí con esa celebración, al punto de sumergirme en cada video de YouTube que encontré sobre el tema.
Bien, ya sabemos qué pasa cuando googleamos cualquier cosa; la información brota como si fuera un géiser. Así, comenzaron a aparecer en todas mis pantallas promociones de vuelos a Argentina, hasta que dije: ¿y por qué no hacer turismo en Mendoza?
Algo que en mi mente era un deseo lejano, cuando empezó a aparecer con tanta insistencia ya no me pareció tan inalcanzable. Por esta vez, me di el permiso de extender un poco más mi spring break, con la profunda convicción de que era el momento perfecto para hacer este viaje.
Turismo en Mendoza: el comienzo de mi aventura en Argentina
Hace una semana tomé un vuelo directo desde Nueva York a Buenos Aires. En la cola del check in en JFK hice mis primeros amigos, Julieta y Tomás, una pareja de mendocinos que regresaba de su debut en NYC.
Se entusiasmaron mucho con mi aventura vitivinícola (así bautizaron mi viaje de turismo en Mendoza). Conversamos largo rato antes de embarcar, ellos alucinados con la nieve, el MET, los pretzels y el hot chocolate de Max Brenner -les dije que deben volver para probar el de Jacques Torres- y yo con toda la ansiedad del Malbec, las montañas, y el milagro de caer justo para la cosecha.
Me dieron muchos tips valiosos -no salir sin gorro, protector solar, una botella de agua, calzado cómodo para caminar y caminar y repelente de mosquitos- y prometieron pasearme. Lamenté no tener el mismo vuelo: se quedaban una noche en Buenos Aires, y yo tenía mi conexión a Mendoza para el mismo día.
De Buenos Aires todavía no tengo nada para contar porque solamente conocí lo que alcancé a ver por la ventana del bus que me llevó desde el Aeropuerto Internacional de Ezeiza hasta el Aeroparque Jorge Newbery, desde donde salía el avión a Mendoza. Me reservé unas noches al final del viaje para recorrer la capital del país, porque ahora lo único que quería era llegar directo al vino.
Modo Mendoza
Esta tierra me enamoró desde que aterricé: las montañas ahí enfrente, tan cerquita, ese cielo todo celeste sin una sola nube y un sol de mediodía que quemaba el aire. No es un calor pegajoso y húmedo como el de Nueva York. Es abrasador, pero a la vez estimulante.
El primer día de turismo en Mendoza salí a recorrer los alrededores del hotel caminando. A los pocos pasos ya había identificado las señas particulares de esta ciudad: los árboles -muchos, frondosos, que en algunas calles forman unos túneles verdes que hacen sombra- y las acequias, canales entre la calle y la vereda por los que circula agua para el riego.
Me senté en Santa, un restaurante con mercadito, mesas afuera desde donde se ve el perfil lila de la cordillera, platos con ingredientes locales y vino por copa. Creo que fue en ese momento que mi alma también aterrizó en este hemisferio y con ese brindis con L´Argentin de Malartic Rosé de Diamandes – dice que es una bodega colosal, habrá que visitarla- me di la bienvenida a este viaje.
Otra cosa que viene en el ADN de estas tierras es la hospitalidad de la gente. “Amigueros”, como se dicen Juli y Tomi, que apenas llegaron me escribieron y desde entonces me están llevando a conocer lugares increíbles, con road trips por las fincas y los cerros, organizando comidas deliciosas con sus amistades y familia, y teniendo largas sobremesas en el patio de su casa, siempre con una copa en la mano.
Hicimos una lista de bodegas imperdibles para visitar –matcheé los recomendados de Alex con las sugerencias de mis guías locales y… ¡había muchas coincidencias!-, pero solamente logramos ir los cinco (se nos suman Sole y Valen, las hermanas de Juli) a dos. Por suerte, yo tenía varias reservas listas desde Estados Unidos, pero iré sola.
Tomi está haciendo un asado en mi honor y no quiero perderme cómo prepara los vegetales a la parrilla, así aprendo todos sus trucos. Entre los invitados, van a venir una amiga agrónoma que trabaja en una bodega y un amigo sommelier. Wow, parece que para ellos es normal convivir con gente que hace cosas que admiro.
Luego te cuento más. Prometo mantenerte al tanto de todos mis paseos. ¡Chin chin!