El largo camino de la Bonarda

Bonarda

De la confusión varietal a los estilos que renuevan el mercado, el Bonarda gana terreno entre los consumidores actuales.

El vino es como las personas: por más que se las conozca a fondo siempre encierran un misterio. Y entre los varietales que mejor interpretan esa máxima, la Bonarda es por lejos el ejemplo ideal. Con algo más de 18 mil hectáreas cultivadas y siendo el corazón de muchos tintos cotidianos y queridos para el consumidor, hasta hace relativamente poco no se sabía con certeza qué uva era en realidad.

Para los ampelógrafos –los técnicos encargados de catalogar las uvas según el tipo de hoja y racimo- la Bonarda argentina era un enigma. De partida, era la única uva de género femenino, cuyo nombre había sido tomado de las Bonardas piamontesas con las que no tenía nada que ver. Y sin embargo, no había otra explicación para su éxito que la buena adaptación al clima seco y cálido de Mendoza y San Juan, las principales provincias productoras de Argentina.
Como sucedió con el Malbec, la Bonarda es una uva que se adaptó bien al desierto, por lo que fue multiplicada y plantada a lo largo del silgo XX. Desde el punto de vista del productor, es una variedad sencilla de manejar con fidelidad productiva. Y así creció en las fincas del Este mendocino –zona baja y cálida-, donde se la empleó (y todavía emplea) para elaborar vinos cordiales y sencillos muy consumidos en Argentina, hasta que el rumbo exportador de la industria planteó la necesidad de definirla, ya no sólo desde el punto de vista técnico, sino sobre todo estilístico.

Bonarda de la “B” a la “a”

Sucedió con el cambio de siglo. Entonces, algunos enólogos de bodegas locales, como Roberto González y el equipo de Nieto Senetiner, decidieron probar a la Bonarda en un nuevo sentido. “Hacia fines de los noventa empezamos a considerar la posibilidad de hacer un vino de alta gama –explica- y junto al agrónomo Thomas Hughes, ideamos un manejo de la viña que apuntara no tanto a la producción de kilos como hacia la calidad de la uva,” sostiene González. Entonces se inició un cambio de paradigma.

Con ese norte, la bodega dio el primer paso hacia la reinvención de la Bonarda, cuando lanzaron Bonarda Edición Limitada 2000, un tinto que proponía un nuevo mundo para la variedad: con aromas diáfanos y frutales, que iban desde el alcanfor a la frambuesa, la crianza y el cuerpo del vino despabilaron a un mercado y generaron las primeras grandes expectativas sobre la variedad.

Con los años vinieron otros ensayos de otras bodegas. Vinos como Colonia Las Liebres, Las Perdices Reserva, Alfredo Roca Dedicación Persona, Dante Robino y Durigutti Clásico dieron forma a este estilo de Bonarda fácil de beber y frutal. El enólogo Héctor Durigutti, que lleva una década trabajando sobre esta uva, conoce sus secretos: “es un varietal que permite vinos complejos y de paladar amable sin necesidad de hacer un vino extraído y denso. En mi experiencia es un tinto que le encanta a los nuevos consumidores”, afirma.

Y así, esta versión cada vez más cosmopolita de un clásico argentino al cabo de una década se impuso lentamente en la góndola local e internacional. Pero aún quedaban muchas cosas por decir en materia de Bonarda. Y entre esas cosas, dos resultaban fundamentales: cuál sería su estilo definitivo, por un lado, y de qué uva estábamos hablando, ahora que los mercados internacionales exigían su tipificación.

Genética y nuevo estilo

En 2008, un grupo de investigadores de la Facultad de Agronomía de Mendoza decidió encarar el asunto desde otra perspectiva. Mientras que la ampelografía había señalado que no se trataba de una Bonarda piamontesa, había fracasado en decir de qué uva se trataba. Empleando estudios genéticos ese año por fin se develó el misterio: había en el mundo una uva equivalente llamada Corbeau, plantada principalmente en el sur de Francia y conocida Charbono en California, Estados Unidos.

Reconocida como sinónimo de Corbeau en la nomenclatura global, la Bonarda Argentina entró en una segunda fase, ahora de crecimiento estilístico, similar a lo que ocurriera con el Malbec. Entre los enólogos que destacan en esa búsqueda, Sebastián Zuccardi tiene una visión que representa también a las nuevas generaciones: “en Argentina hay muchos tintos maduros de zonas cálidas –explica-. La Bonarda de zonas más frías, como el Valle de Uco, más delgada y refrescante, en mi opinión tienen un camino por delante para dar origen a vinos emocionantes.” En esta sintonía y región también trabaja Matías Michelini, enólogo de Passionate Wines, reconocido por correr riesgos estilísticos. Sería una suerte de vuelta a las montañas, ya que la variedad proviene del Arco Alpino, una zona fría dentro del paisaje europeo.

Así, hoy conviven tres grupos de Bonarda. Los vinos sencillos y frutales, que componen el grueso de nuestro mercado cotidiano. Los vinos potentes y de cuerpo, que formaron la avanzada de los estilos en 2000. Y una nueva camada de vinos, cuyo eje está en la frescura y cierta delgadez, que perfilan la nueva avanzada.

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