Agrelo, corazón turístico del vino argentino

Cuando un viajero sueña con recorrer una región vitivinícola, la imaginación se puebla de atardeceres de oro, montañas imponentes con viñedos bien delineados y muchas, pero muchas grandes botellas de vino. Cuando el viajero sueña estas fantasías, sin saberlo, sueña con Agrelo: ese rincón a apenas 30 kilómetros al sur de la capital mendocina, donde además de las fantasías encontrará muchas realidades deliciosas.

Primero por los vinos. Agrelo es reconocida dentro de la Argentina como un terruño clásico para Cabernet Sauvignon y Malbec. Pocos tintos locales adquieren la calidad de taninos suaves y mullidos que aporta Agrelo a estas variedades. Sin contar los aromas frutales, entre los que los enólogos caracterizan como una nota que recuerda a la cáscara de naranja.

Segundo, porque los grandes vinos se hacen con grandes viñedos y bodegas, y eso es lo que convierte a Agrelo en el destino perfecto para el visitante: en una llanura que se abarca con un golpe de vista entre las cumbres nevadas del Cordón del Plata y guayquerías –así se conocen a los cerritos en la región- hay medio centenar de bodegas preparadas para el turismo. Desde las grandes, como Chandon, Catena Zapata o Séptima, hasta las más pequeñas y familiares Melipal, Viña Cobos o Walter Bressia Wines, por mencionar algunas.

Pero no hay sólo bodegas. También hay restaurantes y una completa oferta para pasear entre viñas y hacer propia la fantasía del atardecer dorado, en el que los haces del sol al cierre de la tarde encienden las hojas y ponen a brillar, como oro, a cualquier partícula que flote en el aire.

¿Qué hacer y qué visitar?

Las bodegas de Agrelo están bien preparadas para recibir al viajero. Y entre las que mejor lo están, se encuentra un puñado que ofrece, además de vino y paquetes turísticos, buenos restaurantes. Cada una con su especialidad gastronómica, todas proponen un almuerzo de cara a la montaña: Melipal, por la escala bistró; Domino del Plata, por la osadía de sus platos; Ruca Malen, por la excelencia de su atención. Asimismo, el restaurante de Bodega Séptima, porque ningún otro ofrece una terraza como la de ellos, perfecta para la transición hacia la noche. Mientras que Decero, Piatelli y Ojo de Vino, por la calidad de sus platos y distinguida arquitectura.

Claro que la comida es un buen plan, pero no el único. Así, vale la pena destacar otros programas como blend-art en Domino del Plata o Ruca Malen. Tras visitar las instalaciones y tomar muestras de tanques y barricas con los enólogos, cada turista puede realizar un blend y embotellar su propio vino.

En plan de visitar bodegas por el solo afán de probar grandes vinos, Tapiz, Dolium, Sottano, Chakana y Walter Bressia Wines son buenas paradas. Sin olvidar la pirámide de Catena Zapata y la bodega del enólogo estadounidense Paul Hobbs, Viña Cobos, consideradas entre las más prestigiosas del país.

Para los amantes de las burbujas, sin embargo, Agrelo propone una visita diferente: la champañera más grande de América del Sur, Bodega Chandon. Aquí, en la filial argentina del gigante francés, el recorrido invita a descubrir los secretos de las burbujas y los diferentes métodos para su obtención, además de un restaurante cuyo menú solo se acompaña con espumosos. Una propuesta original, única esta tierra de tintos.

Como las bodegas están relativamente cerca una de otras, recorrer los caminos del vino en bicicleta es una excelente idea. Quienes tengan ganas de pedalear, pueden chequear los programas que ofrece Hon Travel bajo el nombre de wine bike tours. Un consejo sano, en cualquier caso, es no hacerlas en pleno verano porque el calor le pone un condimento fuerte.

Los vinos de Agrelo

Agrelo tiene un clima fresco y una excelente exposición solar, debido a su altura entre los 900 y los 1000 metros sobre el nivel del mar. Es seco, con inviernos fríos y veranos muy cálidos. Pero si en eso no se distingue del resto de otras regiones, el secreto de Agrelo es invisible a los ojos: los suelos profundos, arenosos y arcillo-limosos, que permiten a las raíces de las vides explorar el terreno y conservar siempre húmedas sus puntas. Por eso los vinos equilibrados y de taninos finos y mullidos. Porque nunca están en verdadero estrés. Aunque cada variedad encuentra su equilibrio especial.
Los Malbec son en general voluminosos, de sabores intensos, paladar jugoso con final firme y con una profunda expresión frutal, con ciruelas negras frescas y violetas como protagonistas. Una definición casi de manual que lleva a muchos a denominar a Agrelo como la “cuna del Malbec argentino”. Algunos emblemáticos son Norton LOTE Agrelo, Monteagrelo, del winemaker Walter Bressia, Melipal Nazarenas Vineyard o Alta Vista Serenade Vineyard, tintos amplios y caudalosos que resultan versátiles a miles de paladares.

El Cabernet Sauvignon, por su parte, es el que se siente más a sus anchas. Y los vinos resultan amplios y envolventes, pero a la vez vivaces, mientras que en nariz despliegan aromas característicos que recuerdan al cassis, las moras, las bayas negras y las especias. Así resultan Pulenta Estate, Decero Remolinos Vineyard, Angélica Zapata Alta o Séptima Gran Reserva. Un pack de vinos en que la profundidad aromática del terroir se une a sabores intensos, buen cuerpo y textura dócil.

De modo que en plan de visitar bodegas, comer rico y probar mejores vinos, Agrelo es la opción ideal. Y, ya de vuelta en casa, con una botella de un buen Cabernet Sauvignon o Malbec de la zona, rememorar el viaje. O bien partir por ahí, con una copa en el living de casa, para fantasear con el viaje en los aromas del vino. En cualquier caso, la invitación ya está hecha. Y Agrelo siempre espera.

Foto: Finca Decero

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