La excepcional vendimia 2016

La excepcional vendimia 2016

Todo lo que es excepcional es diferente de un modo no esperado. Eso es lo que sucede con la vendimia 2016 en Argentina, pero particularmente en Mendoza: un año en el que la naturaleza dejará su huella indeleble, tanto en los vinos como en la memoria de los enólogos.

Con una primavera fría —octubre con un promedio de 5º centígrados menos que la media histórica—, la brotación fue tardía y el cuaje de la flores en frutos fue desparejo. No se trató de un fenómeno que no se hubiera pronosticado, sino de uno que excedió lo esperable y retrasó el proceso de madurez por lo menos veinte días.

¿La razón? En los pronósticos de largo plazo, estaba escrita: El Niño tocó este año. Y cuando esa corriente cálida, como una coma de escala planetaria descendiendo del Ecuador, tiene lugar en el océano Pacífico, el clima de la región se vuelve loco. ¿Cuánto? Lo suficiente como para triplicar las lluvias promedio de Mendoza y elevar los bajos 200 milímetros a cotas de 700 y 800 milímetros.

Con ese panorama, llegó un enero lluvioso y frío. Era raro ver Mendoza cubierta de nubes. Esa condición también fue excepcional.

Rogelio Rabino, enólogo de Kaiken Wines, lo describe bien en su reporte de vendimia: “Teníamos la información correcta, sabíamos que llovería, así es que tomamos los recaudos necesarios. Por ejemplo, el protocolo de viñedos fue especialmente diseñado para capear el temporal”.

Si en promedio las curaciones en Mendoza se hacen dos a tres veces por ciclo, este año fueron necesarias hasta nueve para prevenir el desarrollo de enfermedades causadas por hongos. Conforme avanzó la vendimia, a un febrero relativamente calmo en lluvias siguió un marzo muy lluvioso. Las alarmas se encendieron en las bodegas: algo pasaba con las uvas, algo impensado para Mendoza. Alejandro Cánovas, enólogo de Vistalba, pone blanco sobre negro cuando afirma que “la madurez fenólica se completó antes que la azucarina: estábamos viendo lo que sucede en Burdeos cada año, pero en Cuyo”.

De modo que había que tomar una decisión: o bien se cosechaba y se resignaba estructura y potencia, o bien se podía esperar y correr el riesgo. Los que apostaron por lo primero fueron los que sacaron mejor partido, ya que a comienzos de abril una nevada puso fin a la vendimia.

El año de la naturaleza
Leonardo Erazo, enólogo de Altos Las Hormigas, explica que “quienes hicieron buenas tareas preventivas obtuvieron uvas excepcionales: con menor concentración de color, alta frescura y alcohol potencial bajo”. Esa ecuación gustativa es la excepción a la regla. De hecho, si el sueño de cualquier enólogo en Mendoza es trabajar con alcoholes más bajos, este año se hizo realidad: el Instituto Nacional de Vitivinicultura fijó el grado para tintos en 12.01, una verdadera singularidad.

Daniel Pi, jefe de enología de Grupo Peñaflor, se muestra entusiasmado: “Este año pudimos hacer los vinos con los que veníamos fantaseando: tintos armados en torno a la frescura, con bocas un poco más delgadas. Es raro para lo que estamos acostumbrados, pero sorprenderá en la boca de los consumidores”, sostiene.

Un ejemplo evidente lo ofrece la bodega Giménez Riili con su Cabernet Franc. El enólogo Pablo Martorel, acostumbrado a elaborar uvas muy maduras en Vistaflores, Valle de Uco, este año tuvo que “adelantar todo el protocolo e ingresamos uvas que al principio me daban desconfianza. Pero las trabajamos en la bodega de forma menos extractiva para cuidar los taninos y de pronto me di cuenta de que estaba haciendo un tinto fuera de serie”.

Y fuera de serie es, también, excepcional. Están los que encuentran que la vendimia 2016 es algo que despeinará la boca del consumidor con un viento fresco y esperado. Otros miran las bajas cifras de producción y no se sienten tan halagados. Porque si algo tuvo esta vendimia, es que tanto el frío de primavera como las lluvias redujeron el volumen general en un 27% respecto de 2015.

Expertise y manejo
Más allá de las mermas, que fueron especialmente fuertes en el este de Mendoza, la vendimia 2016 resultó una en la que la naturaleza desafió a los técnicos: tanto a los agrónomos, que debieron elaborar estrategias para poder llevar los viñedos a un punto de equilibrio logrado, como a los enólogos, quienes tuvieron que elaborar vinos de otra manera.

Los resultados son tan atípicos como excitantes. Cuando se prueban Sauvignon Blanc 2016, manda la frescura nerviosa y los aromas cítricos. Con Chardonnay, despunta una delgadez málica, que entusiasma a enólogos como Rabino o Cánovas a hacer vinos más atrevidos. Con Torrontés, pasa algo similar, ya que son los trazos cítricos y no florales los que se destacan.

En materia de tintos, la fruta es fresca, limpia y atractiva. Eso pasa sobre todo con Malbec, que al mismo tiempo ofrece un trazo balsámico que define un carácter abierto. O con Merlot, del que algunos enólogos, como Silvio Alberto, de Achával Ferrer, afirman que se trataría del mejor año en muchos para su elaboración.

Así las cosas, los técnicos sostienen que esta es la vendimia más importante de los últimos treinta años, tanto por lo que supuso de trabajo y desafío como por los vinos logrados. Nada más resta esperar para probarlos. Ahora que despunta la primavera austral, llega a la góndola la oportunidad con los nuevos blancos y rosados. Beber para creer.

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