Le Coin Perdu, ese es el nombre del vino protagonista de A Good Year, aquel film en que Russell Crowe hereda un olvidado chateau de Provence que escondía un secreto: miles de botellas de este mítico tinto en su cava. Imposible de encontrar en el mercado pero deseado por los conocedores, Le Coin Perdu permite a Crowe salir adelante en el negocio, enamorar a la bella Marion Cotillard y reconstruir la reputación vitícola de su familia a pesar de que solo cuenta con las uvas de un decadente viñedo. Una historia en la que Peter Mayle, autor del libro homónimo, rescata los rasgos más románticos del negocio del vino y, a la vez, expone la construcción de un vino de culto, de los que se hacen famosos al alejarse del mainstream.
Pero este es solo un ejemplo entre cientos de etiquetas que los sommeliers persiguen para sumar a sus cartas como diferencial y los coleccionistas sueñan atesorar en sus cavas. Vinos únicos que profesan el perfil bajo, se diferencian por su origen singular, originalidad, filosofía o escasez y solo se hacen conocidos de boca en boca hasta convertirse en referentes indiscutidos.
Argentina cuenta con varios vinos de este tipo. Claro que, como buenas etiquetas de culto, son más bien secreto a voces en oídos de los especialistas. ¿Cuáles probar?
El peso de la historia
Los dos casos más resonantes entre los vinos locales de culto tienen la singularidad de ser a la vez piezas históricas. El primero es el mítico Weinert Malbec Estrella 1977, cuya historia se acerca a la de Crowe en el filme. A mediados de la década de 1990, Bernardo Weinert encontró en la cava de la bodega que había adquirido veinte años antes miles de botellas de esta obra maestra del enólogo Raúl de la Mota. Quedan algunos ejemplares dando vueltas, es solo cuestión de paciencia.
Por su parte, Bodega Lagarde es la responsable del vino argentino más antiguo con venta real en el mercado: Lagarde Semillón 1942. Su historia podría inspirar la escena de alguna película. Fue durante las remodelaciones que la familia Pescamona encaró en la bodega a mediados de los años ochenta, poco después de comprarla, que apareció en una vieja cuba este vino que aún hoy se mantiene sano y vibrante, al estilo de un gran jerez añejo. Muy escaso, se pueden encontrar botellas en vinotecas especializadas o en la bodega.
El club de los cultores
Hace veinte años, en plena revolución vitivinícola local, algunos enólogos y viticultores decidieron encarar proyectos familiares. El caso más singular es el de Ángel Mendoza, quien cambió las grandes instalaciones de Bodega Trapiche por Domaine St. Diego, una pequeña bodega y viñedo en Lulunta, Maipú, que trabaja con su familia. Allí elabora Pura Sangre, tinto mítico, y otras creaciones de edición limitada.
En la misma línea están Ricardo Santos, ex propietario de Bodega Norton, con sus vinos de selección; Carmelo Patti, con sus tintos elaborados al estilo más tradicional, donde la crianza es la clave del sabor; y Walter Bressia, histórico enólogo de Nieto Senetiner, que junto a sus hijos hoy elabora etiquetas de culto como Conjuro, Lágrima Canela y Última Hoja.
En clave de origen
Como es sabido, el 90% de la industria del vino se concentra en la región de Cuyo, donde Mendoza se destaca con el mayor volumen. Eso permite a los vinos del norte y de la Patagonia sobresalir a los ojos de muchos consumidores por un simple efecto de contraste. Allí también hay vinos de culto. En Salta, Tacuil es una mítica bodega perteneciente a la familia Dávalos, cuyas etiquetas ejercitan el ingenio de sommeliers y conocedores para hacerse con sus botellas, favoritas de los expertos Luis Gutiérrez o Tim Atkin.
En la Patagonia, bodegas de culto son Noemía y Chacra. La primera, especializada en Malbec, y la segunda, en Pinot Noir. Con el sello del enólogo Hans Vinding Diers, los vinos de Noemía trascendieron el ámbito local para convertirse en joyas dentro de prestigiosas cartas de vino. Por su parte, los Pinot Noir de Chacra, propiedad del italiano Piero Incisa Della Rocchetta, generan mucho entusiasmo entre los amantes de los tintos de Borgoña, quienes los comparan asiduamente.
Los herederos del culto
Lograr que una etiqueta trascienda al estatus del culto es algo que cualquier enólogo anhela. Sobre todo, es el deseo de quien pretende cambiar la historia o, al menos, dejar una huella. Entre los más activos hoy, Matías Michelini, con Passionate Wines, se convirtió en un winemaker que experimenta con los límites del vino, y esto le ha valido un espacio de privilegio entre consumidores de culto: un naranjo de Torrontés, un Bonarda de maceración carbónica y un Semillón sur lie, por nombrar solo algunas etiquetas.
Se suman Edgardo del Popolo y David Bonomi, ambos a cargo de grandes bodegas, que en sus ratos libres decidieron explorar Mendoza para identificar un terroir que los inspirara. Así nació Per Se, tinto que agotan entre sus fanas. O Imperfecto y 3,14, los vinos de garage de Daniel Pi, chief winemaker de Trapiche, que resultan un secreto a voces. Críticos y comunicadores comenzaron a dar altos puntajes a ambas etiquetas y las convirtieron en tintos de culto.
Así es que, a la hora de beber raras etiquetas con prestigio, nada mejor que buscar a alguno de estos productores de culto y sus vinos. Al descorcharlos, sumarán algo de la magia que los ha hecho únicos y buscados.
Hola tengo encaja de madera y pergamino Lagarde Semillon 1942, me podrían decir q valor aproximado, puede tener? Gracias