La dinámica de la vitivinicultura argentina demanda estar muy atento a sus cambios y novedades. Los que conservan una imagen tradicional de esta industria, con bodegas centenarias y grandes establecimientos que dominan el mercado con marcas, deberían recorrer las últimas publicaciones sobre vinos de Argentina. O bien permitirse visitar sus regiones vitícolas para descubrir que hay muchas curiosidades para descorchar.
Quienes siguen de cerca la evolución de nuestros vinos hace tiempo notaron que aquella revolución transformadora de fines del siglo XX hoy parece un capítulo lejano. El motivo es la aparición de nuevas bodegas, emprendimientos y enólogos emergentes dispuestos a dejar su legado. Por estos días, son estos productores los que con sus escasas botellas aportan pinceladas de sabor para los consumidores más entusiastas y ávidos de novedades.
Y así como hace cinco años una generación enológica tomaba la posta de aquellos que habían impulsado la trasformación desde las grandes bodegas, hoy una nueva saga de winemakers pide pista e imprime frescura a la producción local.
Liderados en su mayoría por enólogos sub-35 formados bajo las alas de reconocidos profesionales, estos proyectos se disponen a realizar inmensos aportes a pequeña escala para convertirse en caldo de cultivo de las generaciones futuras.
Todo vale
Históricamente, la vitivinicultura argentina se relacionó con estilos clásicos y tradicionales de elaboración, donde primó la influencia bordelesa. Solo en algunos pocos casos podía apreciarse cierto perfil bourguignon, español o italiano, aunque siempre vinculado a las escuelas más conservadoras. Más tarde, llegó la influencia del New World Style, que junto al Malbec como estandarte se convirtió en la clave del éxito de nuestros vinos en el mundo.
Pero esta es solo una faceta de la historia. En paralelo, y como sucede en todos los viñedos del planeta, los enólogos saciaban su curiosidad elaborando rarezas que pocas ocasiones veían la luz del mercado.
Sin embargo, hoy la industria, en manos de aquellos curiosos, permite a los más jóvenes materializar esos vinos de garaje y edición limitada en etiquetas que ya se disfrutan en los wine bars londinenses que marcan tendencia o en reconocidos restaurantes de Nueva York. Los riesgos que antes pocos se animaban a asumir hoy son condimento imprescindible para esta nueva guardia enológica. Se trata de gente dispuesta a conquistar consumidores de su misma generación con etiquetas disruptivas y jugadas a partir de cepas poco convencionales o elaboraciones especiales.
Somos lo que bebemos
“Elaboramos los vinos que nos gustan”, sentenció Juanfa Suárez, miembro de Traslapiedra, durante el seminario de pequeños productores que se realizó en el marco del Premium Tasting Mendoza, realizado en agosto pasado. Esta consigna es la que mejor resume la posición de los proyectos que pidieron la voz durante este encuentro. Quedó claro que todos ellos se proponen ser “una alternativa a los vinos más tradicionales”, tal como diría Germán Masera, de Escala Humana .
Para ser esta cara novedosa de la industria, estos pequeños productores ensayan diferentes fórmulas. Por ejemplo, la de las cepas menos tradicionales, como es el caso de Ver Sacrum, cuyos vinos son producidos con Garnacha, Monastrell, Marsanne y hasta Nebiolo. O también Cara Sur, que encabeza el movimiento local de recuperación de variedades criollas. En una misma sintonía, Germán Masera embotella su Malvasia naranjo para su etiqueta Livvera. Gonzalo Tamagnini y Martín Sesto, de Desquiciado Wines, ponen el foco en Pinot Grigio y Garnacha. Con el similar énfasis, Lucas Niven lo hace en la maceración carbónica para cepas como la Garnacha.
Pero no es solo cuestión de hombres esta nueva corriente. También las mujeres, y no necesariamente enólogas, se destacan. Sucede con la sommelier Mariana Onofri y sus vinos Zenith Nadir, entre los que se lucen un Pedro Ximénez y un curioso Cabernet Franc. Lo mismo ocurre con sus colegas Valeria Mortara y Mariana Achával, quienes comandan Bienconvino, el primer proyecto argentino pensado desde el maridaje con una colección de vinos diferentes para cada estilo gastronómico.
Menos pelo, mismas mañas
El fenómeno de los pequeños productores es siempre más visible de la mano de nuevas caras y proyectos de nombres curiosos. Pero lo cierto es que también hay reconocidos winemakers envueltos en esta movida, que no dejan pasar la oportunidad de despuntar el vicio enológico.
Caso emblemático es el de Edgardo del Pópolo, de Susana Balbo Wines, y David Bonomi, chief winemaker de Bodega Norton, con sus vinos Per Se wines, quienes se empeñan en buscar la expresión más precisa del terroir. O Altar Uco, microbodega impulsada por Juampi Michelini, quien ya embotella un exquisito blanco criado bajo velo. Otro renombrado winemaker que en sus ratos libres da rienda suelta a su imaginación enológica es Sergio Case, de Trapiche, con su blend El Pajarito Amichu. Al igual que Leonardo Erazo, de Altos Las Hormigas, con sus vinos Revolver wines de Gualtallary. Mientras tanto, Luis Reginato, ingeniero agrónomo de Catena Zapata, y su hermano Pepe embotellan los vinos Chamán wines con diferentes uvas del Valle de Uco. Y el mítico Pepe Galante hace lo propio con su proyecto familiar Puramun Wines.
Queda claro que, ya sea con la sangre más joven de la industria o con las mañas de los enólogos más tradicionales, la historia de la industria vínica argentina suma constantemente nuevos capítulos que vale la pena conocer y descorchar.
Foto cortesía: Traslapiedra en parajealtamira.org