En el otoño de la futurista y clásica Montreal, nada había más lejano y remoto que la primavera al pie de los Andes. Mientras el río Saint Lawrence fluía desde el lago Ontario y los canadienses apostaban si este invierno se congelaría o no la famosa catarata aguas arriba, el sol del vino mendocino calentaba sus manos con un destello lejano en La Grande Degustación de Montreal.
No era casualidad. Siendo Canadá el tercer mercado en exportaciones para Argentina, este año la feria de vinos más importante del Canadá francés tuvo a nuestro país como uno de sus protagonistas. Allí, el candor y la diversidad de los vinos argentinos gozaron de su momento de gloria cuando, copa en mano, los consumidores descubrieron el sol del verano brillando en los tintos que se crían al otro lado del mundo.
¿Consumidores, dijimos? En el planeta, hay ferias de vino que están dedicadas a los negocios y otras que se orientan hacia el público consumidor. Las primeras son aquellas de las que se habla en el mundo del vino: Vinexpo, ProWein. Las otras, menos comentadas en el wine system de catadores, periodistas y sommeliers, ofrecen una oportunidad de oro para conocer al bebedor de vinos real, al que paga a diario por su botella. Así es La Grande Degustación de Montreal, conocida por sus siglas LGDM, que congregó a 12.200 visitantes en su última edición.
Organizada por la Association Québécoise Des Agences De Vins, Bières Et Spiritueux (AQAVBS) en conjunto con la Société des alcools du Québec (SAQ), reúne cada año a los productores de vino de todo el mundo con los consumidores de vino de esa parte del planeta: el costado orgullosamente francés de Canadá, donde el negocio de importación de vinos es un monopolio estatal. ¿La modalidad? Sencilla: el visitante compra una determinada cantidad de “cupones” con los que probar vino, ya que cada muestra de degustación equivale al 10% del precio de la botella. Puede gastarlos todos en una sola muestra cara y reconocida, o bien puede buscar oportunidades entre los más de doscientos expositores. Y ahí es donde Argentina hizo la diferencia.
Este año, LGDM tuvo lugar el 3, 4 y 5 de noviembre y Argentina y Chile fueron países protagonistas. En otras palabras, fueron los responsables de organizar seminarios sobre cada una de sus viticulturas. Pero del otro lado del mostrador estaba el canadiense de carne y hueso, el mismo que compra botellas en el monopolio —por unos 56 millones de dólares en lo que va del año—, que se pregunta si todo es Malbec en Argentina o si se pueden producir vinos premium en estos países. También, el que quiere probar cosas nuevas, y la sorpresa fue mayúscula.
Diversidad
“La sorpresa se vio en quienes asistieron a los seminarios que organizó Wines Of Argentina”, dijo Gabriel Bloise, enólogo de Bodega Chakana, quien se encargó de contar, mediante seis vinos, qué produce nuestro país. Por otro lado, hubo un seminario a cargo del sommelier y Global Wine Ambassador para Pernod Ricard, Federico Lleonart, una experiencia sensorial con vinos de San Juan.
Bloise recorrió el país de sur a norte dando cuenta de las principales diferencias entre los vinos. “Lo que más llamaba la atención de la gente era la diversidad de sabores entre el Noroeste, Cuyo y la Patagonia. No se lo esperaban, porque conocen más que nada unos pocos vinos del mismo segmento de precio. Y si bien nosotros como productores conocemos esta situación, es alucinante ver que el consumidor también se da cuenta cuando los prueba”, dijo Bloise.
Sucede que, dentro del monopolio, no necesariamente hay un plan diverso, ya que la oferta se concentra hasta los 20 dólares canadienses (15 dólares estadounidenses). Pero a LGDM las bodegas asisten con otros vinos, que pueden incluso vender como “importación directa”. Es decir, vinos que se pueden comprar fuera del catálogo de SAQ con envío a domicilio. Ahí, casas tan diversas como Catena Zapata y Alfredo Roca, tan lejanas como El Esteco y Bodega del Fin del Mundo, tan estilísticamente distintas como Chakana, Doña Paula, Norton y Mosquita Muerta, hicieron la diferencia: los consumidores canadienses descubrieron que hay un mundo amplio entre el Malbec de cada región, la Bonarda y el Torrontés, un mundo que ahora comienzan a conocer.
Federico Lleonart, del team de Graffigna, lo observó con claridad: “Nuestro Santiago Graffigna resultaba algo impensado para los consumidores de Canadá; un tinto de base Cabernet Sauvignon en el país del Malbec les despertaba curiosidad”, dijo. En la misma sintonía, Bloise contó que “una chica, casi al final de la presentación que hice, desde su asiento comentó: ‘Es increíble, no sabía que Argentina hacía estos vinos, y si hablamos de los precios, tienen una impecable relación precio calidad’. Estaba maravillada”.
Experiencia sensorial
El seminario a cargo de Federico Lleonart fue uno de los platos fuertes. En pocas palabras, se trataba de experimentar un mismo vino sensorialmente, siguiendo la escuela que Charles Spence desarrolló en el laboratorio de psicología experimental. Primero, con los ojos vendados, para concentrarse en los aromas del vino frente a dos estímulos distintos —aromas de limón y de vainilla— y ver cómo se modifican las percepciones. Luego, probando el vino en copas diferentes, entre una copa normalizada y la copa Malbec desarrollada por Riedel.
Más allá de la experiencia sensorial propuesta para los consumidores, fue la experiencia de Argentina lo que supuso un plan atractivo para el bebedor de vinos canadiense. Un país rico en tradición vitícola, con espíritu joven e innovador, les ofrece hoy una amplia gama de sabores formados por el sol. Y eso, mientras las aguas del Saint Lawrence bajaban cristalinas y frías y los maples perdían sus hojas en los bosques de la orilla, vale oro. Tanto oro como la experiencia de beber vinos nuevos y sorprendentes.