Salta: viñedos y empanadas a la sombra de un cactus

Salta: viñedos y empanadas a la sombra de un cactus

En el norte de Argentina, casi en el límite con Bolivia, hay un extensa cadena de valles en que la vid crece bajo un sol inclemente, en laderas agrestes pobladas de cactus tan altos como un roble. Conocidos como Valles Calchaquíes, el epicentro del vino está en torno a Cafayate, la ciudad cabecera, en la provincia de Salta.
A unos 1.700 metros de altura, una veintena de bodegas elaboran tintos y blancos singulares, de los que el paisaje agreste es un componente clave. Visitarlas implica recorrer sinuosos caminos de tierra, cruzar ríos por amplios badenes y degustar algunos de los platos más representativos de la comida criolla argentina. En suma, una aventura de tres días, que se completa con la hospitalidad de la gente y un centenar de vistas de postal.

Salta, punto de partida
La ciudad capital de la provincia, de corte colonial, es el punto de partida para encarar la ruta del vino calchaquí. Hasta ahí se llega fácilmente en avión, y lo primero que sorprende es que está enclavada en un valle muy verde, casi selvático. Aún restan doscientos kilómetros en dirección al oeste para entrar en los viñedos, pero precisamente por eso vale la pena hacer una noche en la capital.
Desde el cerro San Bernardo, al que se llega en teleférico, la panorámica de la ciudad es la más completa. En la plaza central, destacan la Catedral y el Museo de Arqueología de Alta Montaña. Por su importante colección precolombina, el museo es una visita que merece su tiempo, donde sobresalen las momias halladas en el volcán Llullaillaco, a más de seis mil metros. Por la noche, la calle Balcarce y sus peñas folclóricas se animan hasta bien entrada la madrugada, con folclore guitarrero y bailes tradicionales.
Sin embargo, es en la comida donde arranca el viaje verdadero. Y unas buenas empanadas salteñas son el bocado perfecto: rellenas de carne cortada a cuchillo, papa y morrones de la zona, son pequeñas y jugosas, por lo que exigen cierta destreza a la hora de comer y evitar mancharse. También conviene probar tamales, humitas, cazuelas de cabrito y quesos de cabra, que combinan a la perfección con los potentes y sabrosos vinos calchaquíes.

Rumbo a Cafayate
Lo ideal es ir en auto propio. La ruta no es compleja, pero sí para andar con atención. Durante los doscientos kilómetros que unen la ciudad de Salta con Cafayate, la ruta 68 serpentea entre cerros y quebradas, mientras que el color verde cede lugar a los matices cobre, rojizo y ocre de las rocas de las montañas. En poco tiempo, se pasa de la selva al desierto poblado de enormes cactus, llamados cardones. Se está en la antesala de los Valles Calchaquíes, en la Quebrada de las Conchas, donde la erosión labró las rocas con formas caprichosas: sapo, obelisco, fraile y garganta del diablo entrarán en el álbum de fotos del recorrido.
En Cafayate se desemboca con la entrada al valle, de vistas amplias y salpicado de viñedos aquí y allá, que cubren dos tercios de las 2.933 hectáreas de viñedo salteño. De ellos nacen sus afamados Torrontés y los clásicos tintos de Cabernet Sauvignon y Tannat, que elabora la veintena de bodegas emplazadas en el pueblo.
En torno a la plaza de Cafayate discurre la vida al ritmo de las bicicletas lentas, los restaurantes de parroquianos y viajeros y el mercado de artesanos. Una vuelta alcanza para comprar algún suvenir y emprender a pie el camino del Museo de la Vid y el Vino. En sus salas se explica cómo funciona el terruño calchaquí y por qué sus vinos son diferentes, entre amplitud térmica, sol intenso y suelos aluviales.
Ahora nada más queda visitar algunas de las bodegas. A pie, en torno al pueblo, conviene apuntar a la más antigua, Vasija Secreta. Luego, a El Porvenir de Cafayate, de estética moderna, y a Bodega Nanni, pequeña y elaboradora de vinos orgánicos.
En auto, camino al Divisadero, bodega Amalaya, la más moderna en la zona, y más arriba aún, Finca Las Nubes, del enólogo José Luis Mounier. Hacia el sur, sobre la ruta 40 y camino a Tolombón, Finca Quara y Etchart, dos bodegas centenarias y grandes de la región. Mientras que por la ruta 40 hacia el norte, casi en la entrada del pueblo, Bodega El Esteco, con su edificio colonial rodeado de viñedos, ofrece el restaurante de su lujoso hotel Patios de Cafayate.
De la zona, restan tres bodegas interesantes para el visitante. San Pedro de Yacochuya, propiedad de la familia Etchart y el enólogo francés Michel Rolland. Piatelli, de arquitectura moderna, con restaurante y mirador panorámico. Y Domingo Molina, cuya terraza ofrece un rincón ideal para la puesta del sol.

Los viñedos más altos
De Cafayate hacia el norte, siempre sobre la sinuosa ruta 40, se llega a Molinos luego de atravesar un paisaje lunar en la blanca y rocosa Quebrada de las Flechas. Molinos arriba se encuentran Bodega Colomé y Tacuil, dos de las más remotas y altas bodega de la Argentina. La primera, inimaginable por su escala y ubicación, ofrece asimismo el Museo de la Luz, diseñado por el artista estadounidense James Turrell. Tacuil, en cambio, es una rústica bodega boutique con mucho encanto.
Desde Molinos se retorna a Salta pasando antes por Cachi, un encalado pueblo, apoyado en el hombro de un cerro. Entre los momentos claves de esta ruta, la Quebrada del Obispo, el descenso en caracol hasta las quebradas selváticas, será uno de los platos fuertes para el recuerdo. Conviene entrar antes del mediodía, para ver el despliegue de un verde nuevo y sin nubes.
De vuelta a casa, sin embargo, pasa algo curioso con los viajeros calchaquíes. Quienes recorrieron sus quebradas, trataron con su gente y caminaron por su agreste geografía, tienen una sensación extra a la hora descorchar los vinos. Nada más descorchar un Malbec salteño para reconocer en la elegante potencia del vino el encanto rústico de los valles.

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