La nueva cara de los Valles Calchaquíes

Estamos a comienzos de septiembre, termina el invierno y el paisaje es ocre: algarrobos y breas sin hojas pintan el monte de un monocorde terracota, en donde cada tanto, y como un anticipo de la primavera, estalla el amarillo de un chañar en flor. También hay cardones, altos y ramificados. Y hasta donde alcanza la vista, los cerros delinean el Valle Calchaquí, que encadena, de norte a sur, Salta, Tucumán y Catamarca, en el Noroeste argentino.
Estamos en Chañar Punco, a 2.000 metros sobre el mar y en el extremo sur del valle. Aquí crece, desde hace unos veinte años, un insólito viñedo: insólito por lo grande (250 hectáreas), por lo aislado y por lo sorprendente de sus vinos, tintos que hasta ahora permanecieron en la sombra de los otros tintos, los cafayateños, 87 kilómetros al norte y en el centro del valle.

El viñedo, podado y sin brotes, copia la geografía ondulada de los conos aluviales que descienden de los cerros, a lo largo de casi 4 kilómetros de peladerales. Está dormido, aunque las golondrinas que lo sobrevuelan son el anuncio para la primavera que está a punto de llegar. Se trata de un viñedo en un paraje único. Así son los Valles Calchaquíes, cuyo terroir se expande ahora al sur, en el mapa del vino, con la irrupción de Chañar Punco, de Bodega El Esteco.

El valle, sin embargo, también creció hacia el norte, entre Molinos y Cachi, a comienzos de la década de 2000. Ahí está el viñedo del Arenal o Altura Máxima, de Bodega Colomé, en torno a Payogasta, donde se elabora un vino con uvas plantadas a casi 3.000 metros de altura. Este viñedo también es insólito: por lo grande, por lo aislado y por lo extremo. Precisamente a causa de ello, como en Chañar Punco, lleva años en proceso de afinación, proceso que ahora, con nuevos vinos, parece llegar a su punto ideal.

Entre esos extremos, está Cafayate, a 1.700 metros, que funciona como el epicentro del valle. Allí están los principales viñedos, las bodegas más grandes y las más nuevas, como Amalaya y Piatelli, y las históricas, como Etchart y Vasija Secreta, junto a las coquetas El Porvenir y Nanni.

Este es el renovado escenario de los vinos del Noroeste. Un escenario que se mueve, cada vez más lejos de su centro y cada vez más alto, en busca de la quimera de los tintos de altura: el vino ícono que, pulido en la rusticidad del clima y la dureza de los suelos, ofrezca ese diamante en bruto que hace tan singular a este rincón del mundo.

Los nuevos viñedos

El Valle Calchaquí atraviesa, desde 2002, una revolución lenta en sus plantaciones, duplicando la superficie y alcanzando las casi 3.500 hectáreas. Es una revolución silenciosa que, a finales del invierno, luce precisamente por contraste: ahí donde hay un viñedo, la naturaleza está ordenada en hileras. Y los viñedos trepan a las laderas, como sucede en Yacochuya, en torno a Cafayate, formando un intrincado paisaje de paralelas con orientaciones diferentes. Como en los viñedos de Piatelli o el Socorro, de El Esteco, que está en plena plantación, los estudios de suelo y las pendientes hacen que los paños de vid adquieran formas caprichosas.

No es así en Chañar Punco o en Payogasta, plantados antes de esta revolución científica enfocada en los suelos. Aunque ahora, siguiendo estos nuevos patrones, las bodegas ordenan los sistemas de riego y los cuarteles de vendimia. Así buscan apuntalar la calidad de los tintos y no escatiman en gastos: para regar, traen el agua en acueductos subterráneos, instalan turbinas de generación eléctrica para que las bombas puedan operar o bien usan la misma pendiente para presurizar el riego. Algo que a simple vista resulta invisible, pero que conlleva toda una ingeniería detrás para que sea posible plantar y elaborar justamente ahí donde resultaría imposible.

Los nuevos vinos extremos

Malbec, Cabernet Sauvignon, Tannat; la variedad que sea, en este paraje luminoso y alto, da vinos concentrados y llenos de color. Pero si hasta hace una década lo que mandaba era cierta rusticidad en el trazo, lo que consiguen ahora las bodegas es trabajar el terroir y su excentricidad para lograr identidad en vinos sin resignar elegancia.

De eso se trata, por ejemplo, el viñedo de Chañar Punco. Divido en parcelas, desde 2011 allí se elabora un corte con las mejores de Malbec y Cabernet Sauvignon. Se llama El Esteco Chañar Punco y viene a redefinir los términos de la alta gama en los valles. Algo parecido sucede con Lote Especial Pinot Noir, del viñedo Altura Máxima, cuya primera vendimia comercial acaba de ver la luz. O lo que proponen El Porvenir y Piatelli con sus tintos reservas, elegantes y de paladar amable, perfectos para describir la intensidad gustativa del valle sin ofrecer ninguna arista.

Para los amantes de los potentes vinos de altura de otro tiempo, sin embargo, se conservan algunas de las grandes joyas de la zona. Tintos elaborados con un perfil más agreste, como los blends Yacochuya o RD de bodega Tacuil, Domingo Molina Cabernet Sauvignon o Félix Malbec, que proponen altos decibeles de sabor con un trazo ligeramente rudo que les da un lugar único en el mundo del vino. En conjunto, entre los nuevos refinados y los clásicos de la región, son pocos vinos, pero también son pocas las bodegas que trabajan en expandir el universo calchaquí.

Por eso, ahora que las vides están a punto de brotar, conviene detenerse en este paisaje geométrico creado por el hombre. La metáfora es perfecta: mientras que todo aquí es naturaleza agreste y espinosa, hay un lugar de confort listo para ser habitado. Algo que se vive en cada copa de vino y que, para conseguirlo, hay que ir más allá de lo posible. Ahora nada más resta esperar hasta la próxima vendimia o adelantarse y beber los nuevos ejemplares que llegan al mercado.

Foto: Bodega El Esteco

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