6 COSAS QUE NO SABÍAS DEL VINO ARGENTINO

6 COSAS QUE NO SABÍAS DEL VINO ARGENTINO

Ya se sabe que Argentina produce Malbec y Torrontés. Sin embargo, poco se conoce la diversidad que encierra el primero y la historia jesuítica detrás del segundo. Eso, para no hablar de los misterios genéticos de la Bonarda, los enólogos especializados en terruños, los sommeliers con renombre internacional y un puñado de otros detalles a los que pasamos revista en esta nota.

Malbec, la variedad insignia. Importada desde Francia primero a Chile y luego a la Argentina en 1852, el Malbec encontró su lugar en el mundo en los desiertos irrigados del oeste argentino. La razón es simple: el clima y los suelos permitieron una adaptación completa que, con los años, derivó en la uva más cultivada en el país, con unas 36 mil hectáreas plantadas a la fecha. Fue “redescubierta” a fines de la década de 1990 principalmente por su carácter frutal y paladar apto para todo consumo. Hoy es el vino varietal más exportado, más consumido, y del que los argentinos nos sentimos más orgullosos. Hasta tiene su Día Mundial: el 17 de abril, fecha que conmemora la fundación de la primera quinta agronómica, en cuyos viñedos la variedad comenzó su derrotero en el siglo XIX. También, es la clave para comprender la diversidad de terruños del país: los de Salta, especiados y concentrados; los de Luján de Cuyo, frutados y de cuerpo medio; los del Valle de Uco, florales y frutados, con estructura; los patagónicos, frutales y herbales, con cuerpo medio y buena frescura.

Torrontés, el blanco único. De nombre importado –denomina también a un grupo de uvas españolas- el Torrontés Riojano es la única variedad de uva “nacida y criada” (como decimos en argentina) en nuestro viñedos. Según la información disponible y en la tesis del historiador Pablo Lacoste –quién a su vez se apoya en otros autores y estudios genéticos- el Torrontés es un cruce naturalmente acontecido entre Criolla negra y Moscatel de Alejandría. El cruzamiento, al parecer, tuvo lugar en los solares que los jesuitas cultivaban en Mendoza hacia el siglo XVIII. Y, debido a su carácter aromático y noble para la vinificación, se la propagó por el país. En Salta da vinos icónicos, muy florales y perfumados, de paladar algo austero; mientras que en las alturas de Cuyo da un blanco cítrico, con volumen y frescura, que recién ahora empieza a tallar en el mercado.

Enología local. Cuando la industria del vino argentino apuntó a exportar se hicieron necesarias las asesorías extranjeras. Sin embargo, no se realizaron sobre la nada. En Argentina había un importante capital humano dedicado a la enología y la agronomía. Tanto, que en las veinte vendimias que van desde 1989, cuando comenzaron las primeras asesorías serias, a 2009, se consolidaron algunos de los mejores creativos actuales. Enólogos que hoy pisan los 40, como Alejandro Vigil, Marcelo Pelleriti, Héctor Durigutti, Mauricio Lorca o Alejandro Pepa por mencionar algunos. Mientras que una vieja guardia, con cracks como Susana Balbo, Jorge Riccitelli, Marcelo Miras, Roberto de la Mota, Ángel Mendoza, Roberto González, Mariano di Paola o Daniel Pi, fueron los vasos comunicantes naturales en la transmisión de los conocimientos. Ahora, para estar atentos a lo que viene, conviene poner el ojo en los enólogos que ahora superan la treintena, como Sebastián Zuccardi, Matías Riccitelli, Alfredo Merlo, Juan Pablo Michelini, Marcos Fernández y Alejandro Cánovas. Ellos viajaron por el mundo haciendo vendimias. En ellos germina la semilla de lo que vendrá.

Sommeliers for export. Uno de los más curiosos fenómenos en torno al vino argentino fue la proliferación de sommeliers diplomados. A contar de la inauguración de la Escuela Argentina de Sommeliers, en 1999, a la fecha estos profesionales del servicio ganaron espacios clave en el mundo. Al frente del servicio en destacados restaurantes, como Paz Levinson o Agustina de Alba. O bien porque otros profesionales formados en CAVE, la Escuela Argentina de Vinos y Gato Dumas, hoy están al frente de restaurantes en todo Latinoamérica. Para más datos, en 2016 tendrá lugar el Mundial de Association de la Sommellerie Internationale (ASI) en Mendoza, con el auspicio de Wines of Argentina y la Corporación Vitivinícola. Algo impensado hace tan solo cinco años.

Bonarda para principiantes. Detrás del Malbec, en cantidad de hectáreas plantadas, viene la Bonarda con 18 mil. Su historia es perfecta para describir la del vino argentino. Desde que comenzó la investigación seria en torno a los varietales cultivados en el país, en la década de 1970, la Bonarda resultaba un enigma: tenía el nombre de un conjunto de variedades italianas, pero no coincidía con ellas, así como tampoco con otras conocidas. El entuerto duró hasta 2009, cuando estudios genéticos determinaron que se trataba de Corbeau, Charbono o Douce Noir, los tres nombres para una uva típica del sureste de Francia. La Organización Internacional del Viña y el Vino (OIV, por sus siglas) ahora acepta Bonarda como sinónimo. Más allá de la confusión, su amplia difusión se debe al carácter frutado y amable de los vinos que da en zonas cálidas de argentina, donde está mayormente plantada. Sin embargo, en los últimos años comenzaron a aparecer ejemplares de zona frías, frutados y de carácter apretado y chispeante.

¿Por qué Cabernet Franc? Esta uva típica del Loire llegó a la Argentina hace poco más de un siglo y quedó perdida en la marea de las entonces denominadas “uvas francesas”, junto con el Petit Verdot o Cabernet Sauvignon. Despegó, sin embargo, cuando se incorporó material genético clonal en la década de 1990 y se exploró la forma de cultivarlo en zonas templadas y frescas. Veinte años más tarde, el Franc demostró que en Argentina había echado hondas raíces: llegó a la tapa de la revista Decanter (Octubre 2014), mientras críticos de escala mundial como Luis Gutiérrez (Wine Advocate) o James Suckling (jamessuckling.com) se entusiasman con sus vinos. Primero, porque abrió la paleta estilística hacia tintos sueltos, verticales y lineales, con fruta intensa. Segundo, porque esa misma paleta permitió repensar otros estilos de vino a partir de su éxito. Y ahora, la lección aprendida con el Cabernet Franc rinde frutos en otros vinos.

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