En el sitio web de la bodega, una anécdota de Jorge Chamas, fundador y propietario de Bodega Chañarmuyo, retrata a la perfección la mezcla entre lo inhóspito, lo desconocido y el vértigo de la aventura: “Excelente aterrizaje, mediodía de fuerte zonda en el aeropuerto de Chilecito. Con el piloto, mi entrañable amigo Gustavo Papini, todavía teníamos 85 kilómetros, por tierra. Allá arriba, el par de cóndores que acompañaron nuestro vuelo se veían majestuosos con sus alas desplegadas. Saliendo del aeropuerto, el policía del control dijo no conocer nuestro destino: ¡Chañarmuyo!”.
Bodega Chañarmuyo: la belleza de lo inesperado
Ubicada en la zona de Famatina, La Rioja, Chañarmuyo era un pueblo con agua, pero con menos de 100 habitantes. Jorge Chamas se topó con esta tierra mientras buscaba hacer inversiones en agua potable. Inesperadamente, lo tentaron con la idea de comprar terrenos allí para incursionar en el mundo del vino.
Le habían hablado de un valle remoto, lleno de piedras y espinas que, sin embargo, tenía un potencial y extraordinario valor como tierra para cultivar vinos. A pesar de su inicial resistencia y falta de experiencia en viticultura, Chamas se dejó convencer y decidió aventurarse en esta nueva empresa. “Mucha gente me dice: ‘qué gran visión que tuviste’ y la verdad es que yo no tenía la menor idea de a dónde me estaba metiendo, por qué estaba haciendo eso”.
El desafío del terroir
Emplazada en aquel valle remoto de la provincia de La Rioja, Chañarmuyo presentó desde el principio un desafío único: la tierra. Descrita por Jorge, los habitantes del pueblo y los especialistas como un paisaje dominado por piedras y espinas, esta zona parecía poco prometedora para la viticultura. Hubo, incluso, experimentado contratista que, advertido sobre la imposibilidad de cultivar viñedos en un terreno tan inhóspito, decidió desistir del proyecto. Y le recomendó a Jorge −joven y entusiasta, pero sin experiencia−, tomar el mismo camino.
Jorge Chamas supo que debía rodearse de especialistas para poder aprovechar al máximo este terroir. Por eso eligió a dos grandes profesionales de la industria para iniciar el proyecto: Santiago Mayorga padre y Roberto de la Mota en el área enológica. Pero el destino de Chañarmuyo terminó de dar un giro inesperado cuando un italiano, decepcionado por una mala experiencia con la fruta en San Rafael, Mendoza, se ofreció a plantar los viñedos junto con los habitantes del pueblo.
Aunque inicialmente no había jóvenes en Chañarmuyo debido a la emigración por falta de empleo, la llegada del proyecto vitivinícola plantó una semilla de esperanza en los locales. Tomó tiempo, explica Chamas, pero Bodega Chañarmuyo finalmente logró su objetivo: revitalizar el pueblo y convertirse en el motor de empleo local. “Era usual que todo el noroeste de La Rioja y el sudoeste de Catamarca expulsara a los jóvenes hacia el sur por falta de empleo.
Los abuelos terminaban criando a los nietos, porque los padres trabajaban lejos. Todo eso tejía una conformación social difícil”.
Con resiliencia, paciencia y también la tarea misional de capacitar y educar a la gente en este desafío inédito: hacer vino de alta gama en una zona totalmente nueva.
Bodega Chañarmuyo y su portfolio: diversidad en altura
El portfolio de Bodega Chañarmuyo hoy cuenta con cuatro líneas bien definidas. Una línea de arranque, con un vino de entre 12 y 14 dólares en góndola en Estados Unidos; otro de entre 18 y 22- 24 dólares; otro de entre 35 y 40 y después el ícono de alta gama, entre 60 y 80 dólares. Matías Prieto, enólogo de la bodega desde hace más de un lustro, fue el responsable, además, de convencer a Jorge Chamas de producir un espumante que, en su primer año, fue elegido como uno de los mejores espumantes de Argentina.
Para Chamas, además de aprovechar la generosidad del terroir, su deber −compartido con todo su equipo− es trabajar, hacer las cosas bien y empoderar a las personas. “La agricultura de alta gama no admite errores. Al vino de altura hay que domesticarlo y hacerlo elegante, pero tiene una contundencia en términos de cuerpo, en consistencia, en expresividad muy fuerte”.
Los vinos de Chañarmuyo no solo son el resultado de un proceso técnico, sino también de una conexión profunda con la tierra y la comunidad. Para Matías Prieto, destaca cómo La Rioja ha encontrado su propia identidad vitivinícola, ofreciendo una amplia gama de varietales que reflejan el terroir único de la región.
El futuro: desafíos y oportunidades
Chamas recuerda hoy el alto costo que tuvo aprender a conocer ese terroir difícil, rebelde. Hoy, a sus 64 años, reconoce una pasión inalterable por este negocio en el que, dice, nunca pensó entrar.
A pesar de los desafíos iniciales y las lecciones aprendidas a lo largo de los años, Bodega Chañarmuyo enfrenta el futuro con optimismo y determinación. Con una cada vez más sólida presencia en el mercado internacional y un compromiso con la calidad y la innovación, la bodega está lista para seguir desafiando las convenciones, como marca su historia fundacional, y seguir explorando nuevas fronteras en el mundo del vino.