Medido a través de la vara del éxito económico y exportador, el parque varietal argentino parece reducirse al reino del Malbec y a una corte conformada por un puñado de conocidos notables, como el Cabernet Sauvignon, el Chardonnay y el Cabernet Franc, entre otros.
Sin embargo, el registro de cepas plantadas en el país supera las 160, algo lógico considerando que muchos de los inmigrantes europeos que llegaron a Argentina vinieron con sus uvas bajo el brazo.
Varias quedaron escondidas en vinos de corte, otras se perdieron tristemente ante la arrolladora maquinaria comercial y algunas se redujeron a experimentaciones y aventuras. Pero existen diversas cepas no convencionales en Argentina que encontraron su lugar en los catálogos de las bodegas, enriqueciendo la cultura del vino argentino e impulsando la innovación.
Existen razones incidentales y planes más abarcadores de las bodegas para apostar a las cepas no convencionales en Argentina. Norton, por ejemplo, comenzó a experimentar con la Grüner Veltliner, cepa blanca estrella de Austria, por los lazos de la familia Swarovski -propietaria actual de la bodega- con ese país. En la actualidad, tienen viñedos con esta uva en Agrelo y en San Pablo.
“La comenzamos a usar como base de espumante y en algunos cortes, pero a partir del 2015 me propuse investigar un poco más”, explica el enólogo David Bonomi, quien así desarrolló el blanco tranquilo Norton Grüner Veltliner.
“En Austria, los vinos de Grüner Veltliner se destacan por sus notas a pimienta blanca y mucha acidez. En nuestras primeras experiencias en San Pablo, a 1500 m.s.n.m., los vinos se expresaron con esas características y también nariz fresca y manzana verde. En Agrelo, en cambio, fue distinto, ofrece fruta blanca y rica boca”.
Norton no fue la única bodega de peso pesado que tomó la decisión de explorar el universo de cepas no convencionales en Argentina. Antes y después, varias casas apostaron a ponerle color y sabor a su catálogo: a través de su línea Textual, por ejemplo, Santa Julia trabajó con cepas como Carménère y Caladoc; mientras que Terrazas de los Andes es la única bodega argentina en cultivar Petit Manseng para su Single Vineyard Tardío de uvas ligeramente pasificadas.
Cepas no convencionales en Argentina: rescate histórico
Germán Masera, de Escala Humana Wines, se enfoca en las cepas Bequignol y Malvasía, con una propuesta que busca rescatar la tradición y el patrimonio olvidado.
“Con el auge exportador y del Malbec, se erradicaron muchas viñas. Pero si hay algo que llama la atención de Argentina es que podemos plantar todo lo que queremos. Lo que me encontré en el camino es increíble: diversidad, autenticidad, viñas viejas que han pasado por todo tipo de viticultura. Si llegaron hasta acá viviendo un promedio de 90 años, hay que hacer que vivan 100 años más, con mucha información y más conciencia. Lo veo como un aporte a la comunidad”, subraya.
En ese sentido, su interpretación del Bequignol puso a otro nivel una cepa que en su Gironde natal está casi extinta y que, en Argentina, por contraste, tiene 600 hectáreas plantadas. En Francia nunca se trabajó como varietal y, en Mendoza, Masera logró para su línea Livverá un vino versátil, con gran profundidad. “Puede acercar gente al mundo del vino porque es fácil de tomar y muy sabroso; pero también llegar a una mesa de consumidores entrenados”, resume.
La misma brújula impulsó a Marcelo Miras, de Miras Wines, al momento de inclinarse por la uva Trousseau, tinta que en Europa se encuentra en Jura (Francia), Galicia (España) y Dão (Portugal). Al igual que Miras, Riccitelli Wines también elabora su propia versión de la cepa con viñas viejas -bajo su nombre alternativo, Bastardo- en Río Negro, dentro de su línea Old Vines.
“Decidimos trabajar con Trousseau como un desafío: al arrendar en el Alto Valle del Río Negro un viejo viñedo que tiene plantado Merlot y Malbec, encontramos también Trousseau abandonado. Nos propusimos recuperarlo y de ahí comenzamos a elaborar este varietal, implantado en 1977, confundido desde ese momento con Pinot Gris. En el último censo del INV se determinó que era Trousseau y generalmente se lo elaboraba como un Blanc de Noir. Nosotros decidimos vinificarlo como un varietal tinto”, explica Marcelo Miras.
Y agrega: “Da vinos de aromas frutados, con recuerdo a frutos rojos; en boca se presentan con agraciada acidez y con una muy buena estructura y riqueza tánica”.
Aires del Mediterráneo
En Mendoza, las cepas mediterráneas figuran en la punta del ranking en relación a la experimentación en terrenos no tradicionales, con acercamientos sumamente variopintos.
Así, por ejemplo, nacieron Parcelas Originales Glera de la bodega Alfredo Roca (un blanco tranquilo de la misma cepa base de la DOC italiana Prosecco) o Caelum Fiano, con la variedad típica de Campania en un blanco floral de rica textura. Los hermanos Durigutti, por su parte, hicieron honor a su herencia tanto con la cepa Cordisco (homónima de la Montepulciano de la región de Abruzzo) en Proyecto Las Compuertas como con el Nero D’Avola orgánico fermentado en ánforas Inframundo.
Por su parte, Ver Sacrum sumó el Nebbiolo a La Dama del Abrigo Rojo y la Mencía a Doña Mencía de Los Andes en su curioso portfolio de cepas no convencionales en Argentina, inicialmente dedicado al Ródano francés.
Onofri Wines hizo lo propio vinificando -entre otras- Teroldego y Carignan para su línea Alma Gemela; mientras que Krontiras Wines aprovechó los lazos de sus propietarios con Grecia y comenzó un exótico experimento con las cepas Assyrtiko, Agiorgitiko y Moschofilero. Además, lanzó tintos de Aglianico en las líneas Krontiras y Explore, uva que en la región italiana de Basilicata es materia prima de la potente DOCG Aglianico del Vulture.
“Empecé a trabajar con este tipo de cepas investigando en The Vines. Como sommelier también tuve la posibilidad de viajar y estar en contacto con estas uvas”, explica Mariana Onofri, de Onofri Wines. “Quise ver cuáles eran las que se podían adaptar mejor en los diferentes valles mendocinos: no sólo en Los Chacayes, sino también al pie de una viña de 1940 e injertarla con Carignan, Monastrell o Garnacha y ver cómo resultaría la adaptación en la zona Norte de Mendoza”.
Según explica Mariana, su versión del Carignan para Alma Gemela es menos intensa y concentrada de la que suele darse en la región española de Priorat. “Logra una parte más especiada y cerezas con toque mentolado, sobre todo en Lavalle, donde creo que se manifiesta mejor que en Los Chacayes”, agrega.
La Teroldego (también para su vino Alma Gemela) la sorprendió por su gran madurez polifenólica y acidez natural privilegiada: en su Trentino-Alto Adige Natal suele ser base de vinos de gran robustez.
En relación a Aglianico y Assyrtiko, Maricruz Antolín -enóloga de Krontiras- señala que se destacan por mantener acidez alta en lugares cálidos. “Al Aglianico lo compramos en Italia en 2011 para acidificar nuestros vinos de manera natural, por eso nuestro rosado tiene un porcentaje de mosto de esa uva. Cuando lo vinificamos como tinto tiene muy buena expresión y gusta mucho el estilo”, explica.
“Al Assyrtiko aún no lo pudimos traer desde Grecia porque falta certificarse como libre de virus. En Mendoza encontramos una hilera que tiene un descendiente de griegos, lo elaboramos y lo encontramos muy interesante. No tiene las características salinas de los de la isla de Santorini, pero mantiene el bajo PH y alta acidez natural”, finaliza.
Y con esta galería de cepas no convencionales en Argentina, pero que demuestran la enorme diversidad que ofrece Argentina, está claro que quien se aventure en la experiencia de descubrir estos vinos quedará gratamente sorprendido. ¡Es hora de explorar!
