Un clásico tango asegura que veinte años no es nada. En materia de vinos, sin embargo, veinte vendimias alcanzan para darles una vuelta completa a muchas cosas. Al menos en Argentina, donde un recambio generacional pone patas para arriba algunos de los más establecidos conceptos en vinos: desde una estética nueva a propuestas gustativas diferentes, algo excitante se mueve en la góndola de vinos argentinos y le aporta renovados aires.
Lo más evidente y claro para el consumidor sucede en las etiquetas. Ahora es posible encontrar superhéroes, cubos imposibles de Escher, estética fanzine y hasta collages. Incluso, nombres impensados hace diez años: Hey Malbec!, Biutiful (sic), Ji Ji Ji, por citar tres ejemplos.
Detrás de esta movida, hay una serie de enólogos y agrónomos jóvenes que tienen una aproximación muy diferente al vino. Mientras que sus padres preferían el respeto por la tradición y los grandes nombres de familia, ellos buscan un tono más cotidiano. Para usar una metáfora clara: están cambiando el saco y la corbata por el jean y las zapatillas. Es un proceso natural de recambio que en Argentina involucra varios aspectos, además del generacional.
Creativos jóvenes
Hoy rondan entre los 30 y los 40 años y forman una generación de viticultores y enólogos con un paladar y criterios estéticos acuñados en las décadas de 1990 y 2000. Resulta natural que ahora, cuando empiezan a tener la manija de ciertas decisiones en la industria, su universo cultural (que va desde MTV hasta el comic e internet) llegue al vino como un ideario nuevo en el que hacer pie.
Algunos enólogos son claros ejemplos de la movida: Matías Riccitelli, cuyo República del Malbec es un vino rupturista en lo estético; Matías Michelini, quien toma riesgos gustativos y estéticos con su línea Vía Revolucionaria Bonarda (así se llama en la montaña a las rutas no exploradas); o Alfredo Merlo, cuyo Biutiful Malbec tiene reminiscencias cinéfilas y, al mismo tiempo, naturalistas. Ellos están marcando un nuevo ritmo. No son los únicos, por supuesto, pero sí tres casos concretos de cómo una renovación tiene lugar y redefine parámetros culturales del vino argentino.
Estilos diferentes
Pero la renovación no es solo estética. No se trata solo de una lavada de cara a viejas etiquetas. También supone nuevos caminos gustativos. Un poco por oposición a sus predecesores y otro poco por investigación propia, los nuevos creativos buscan adelantar la fecha de vendimia. Si durante las dos décadas que van de 1990 a 2010 la madurez y sobremadurez eran valores positivos, ahora la frescura de la fruta comienza a ser una constante. Ejemplos hay muchos. Alejandro Vigil, con El Enemigo Bonarda; Sebastián Zuccardi, para sus vinos Polígonos; Alejandro Sejanovich, cuyos Manos Negras están en sintonía con tintos más frescos y ligeros.
En este proceso, se esconde también un concepto diferente del vino y del terroir. Mientras que las uvas muy maduras homogenizan los rangos gustativos y, por lo tanto, son útiles para muchos mercados, las más frescas tienden a expresar mejor las regiones y su impronta en cada varietal, lo que segmenta también a los compradores, y en la góndola actual ofrece estilos más diversos. Todo, a contar de una voluntad creativa diferente.
Los nuevos vientos
Este cambio de paradigma conlleva un cambio de referentes. Mientras que Burdeos, con sus vinos serios y con cuerpo, y en particular Pomerol, con sus Merlot maduros, fueron la base de la innovación en 1990, California y Napa marcaron el ritmo de inicios del siglo XXI, para tintos potentes y de estructura madura. Ahora, sin embargo, los winemakers más jóvenes descubren que hay vida más allá de las clásicas regiones del mundo.
En la segunda línea de regiones aparecen estilos curiosos de vinos en los que inspirarse. Borgoña, con sus miles de viñedos pequeños originando vinos de muy diversa paleta; el Loire, con su concepción de frescura y aromas herbales, y productores poco conocidos. Entre ellos y el Ródano, se juega ahora un nuevo sistema de referencias que los hacedores de vino sienten como propias. En ellas tienen lugar también movimientos modernizadores, como el biodinámico, que resulta inspirador para los elaboradores argentinos. Tanto, que algunos incluso pusieron los ojos en Italia, hasta ahora fuera del mapa de las referencias.
Como cuando se estudian tradiciones musicales o literarias, la dimensión de los mismos conceptos es diferente entre cada una. Por eso, enólogos como Leo Borsi, formado en Ródano, Mariano Vignoni, con pie en Italia y Armenia, y Sebastián Zuccardi, que elabora vinos en Oporto, reinterpretan con nueva luz aquello que ya conocían: regiones, variedades, sistemas de conducción. Toda esa observación trae aparejada una nueva inversión intelectual en el vino.
Estas flamantes valoraciones tienen influencia directa en los vinos. Ejemplos hay: la tirantez de un tinto como Pared Sur Criolla, que rescata además una uva denostada en el pasado; la cordialidad desalineada de Hijo Pródigo Malbec; o la innovación de los flamantes —aunque todavía mal alineados— Torrontés Naranjos, de los que se empiezan a elaborar en Argentina.
Todo este movimiento difuso tiene hoy el norte puesto en la invención creativa. Y se sabe: cuando hay ganas de hacer y de explorar, en el vino surgen ideas y experimentos que, con el tiempo, cobran forma concreta y comercial. Eso mismo sucede hoy. La movida propone una bocanada de frescura en la copa, que ofrecerá vientos constantes en un futuro no muy lejano. A lo sumo, veinte años.