El vino argentino alcanzó su lugar de privilegio de la mano del Malbec, los altos puntajes de los gurúes y las hipnóticas postales de sus viñedos. Sin embargo, su industria tiene otros motivos de los cuales sentir orgullo. Entre estos, el tiempo y los recursos destinados a programas de sustentabilidad, con un fuerte compromiso ambiental y social, son una faceta poco conocida, pero que muchos comienzan a apreciar.
Calentamiento global, recursos en riesgo y problemas energéticos son algunos de los tantos trastornos que enfrenta la vitivinicultura global. Como todo producto de la tierra, el vino demanda condiciones ambientales óptimas, y son los mismos productores quienes deben resguardarlas.
Alineada con todos los países productores de vino del planeta, Argentina enfrenta estas dificultades y aplica diversos procesos que permiten desarrollar condiciones ambientales ideales, tanto para las vides como para quienes elaboran los vinos que el mundo disfruta.
En este aspecto, cada día más bodegas presentan sus políticas de responsabilidad social empresaria basadas en prácticas sustentables que buscan optimizar recursos e implementar procedimientos orientados a reducir el impacto de la actividad sobre el medio ambiente. Por esto mismo, enólogos y agrónomos asumen compromisos tales como disminuir emisiones de carbono, reciclar desperdicios, reutilizar el agua, minimizar la manipulación sobre sus vinos y hasta implementar métodos alternativos de generación de energía.
En sintonía
El perfil actual del consumidor de vinos tiene un rasgo singular: ya no se conforma con saber dónde, cómo y quién elaboró su vino favorito, también le preocupa si es sustentable y amigable con el medio ambiente. Incluso para muchos expertos, este aspecto ya se convirtió en un nuevo driver de compra que la industria debe atender.
Estas cuestiones ambientales y sociales marcan la agenda de la industria vínica argentina desde hace una década. En un principio, cada bodega trazó su propia curva de experiencia, hasta que en 2010 Bodegas de Argentina conformó su Comisión de Sustentabilidad. Esta unión de esfuerzos permitió desarrollar un Protocolo de Autoevaluación de Sustentabilidad Vitivinícola, herramienta que desde 2013 utilizan empresas del sector para evaluar parámetros vitales en esta cuestión e identificar oportunidades de mejoras.
“Comenzamos a raíz de la crisis hídrica para optimizar el recurso y hoy trabajamos junto a los países miembros del Grupo Mundial del Comercio del Vino en temas vinculados a la sustentabilidad. Logramos duplicar la cantidad de bodegas involucradas en nuestros programas y el panorama es muy alentador”, recuerda Luis Romito, coordinador de la comisión para Bodegas de Argentina. Gracias a esta herramienta, la vitivinicultura argentina ya cuenta con altos niveles en gestión de la sustentabilidad, un factor clave que permite mejorar la competitividad de los vinos en los mercados mundiales. “Somos un país distante de los mercados más preocupados en materia de sustentabilidad. Aplicar buenas prácticas ambientales nos permite, por ejemplo, compensar el impacto del flete y demostrar que avanzamos en sustentabilidad”, concluye Romito.
Entre los casos que se pueden destacar en el avance de la industria local en el aspecto sustentable, se encuentra Bodega Salentein, primera en certificar el ciclo completo de Huella de Carbono para su Portillo Malbec que hoy alcanza a toda esta línea de productos comercializados a nivel global. Un camino que ya transitan otros productores. Mientras tanto, botellas, etiquetas y tintas ecológicas comienzas a ser insumos frecuentes por parte de muchas empresas.
Del mismo modo que los avances en huella hídrica son para destacar. Al estar emplazadas sobre zonas áridas y desérticas, en las regiones vitícolas argentina el recurso hídrico es siempre una preocupación. Esto impulsó a varias bodegas a trabajar sobre su huella hídrica en pos de optimizar el uso de este recurso. “En el marco de nuestro programa de huella hídrica como bodega realizamos la medición de las cuencas acuíferas del Valle de Uco y Pedernal (San Juan). Este monitoreo de la oferta y demanda de agua hoy nos permite estar atento a posibles contingencias y optimizar el recurso”, cuenta Andrés Arena, Chief Operaing Officer de Bodega Salentein y presidente de la Comisión local de sustentabilidad.
Sin embargo, la sustentabilidad implica más que aspectos ambientales. En este sentido, vale la pena destacar que cerca de un centenar de bodegas ya aplican políticas de responsabilidad social empresaria y se ocupan del bienestar de la comunidad local, el entorno, así como también de buscar mejores condiciones laborales para los empleados.
Fair Trade en expansión
Cinco mil millones de euros totalizó la venta de productos Fair Trade en 2015 alrededor del mundo. La cifra es un 10% mayor a la de 2014 y marca una constante desde 2008. Al parecer, aunque la economía global no termine de despertar, millones de consumidores están decididos a colaborar con quienes están detrás de aquellos productos que llevan a su hogar.
En sintonía con este fenómeno, el comercio justo penetra en diferentes industrias, como la vitivinícola, y las bodegas argentinas se hacen eco de ello. Por su finalidad de contener a los actores más vulnerables de la industria a partir de procesos que integran aspectos ambientales, sociales y económicos, el sello Fair Trade es cada día más popular en el mercado europeo, Estados Unidos, Canadá y Asia.
Introducido en Argentina por la bodega Cooperativa La Riojana en 2006, este sistema de producción sustentable ya se aplica en una decena de bodegas locales, exclusivamente para vinos de exportación. Sin embargo, para 2016 la institución certificadora espera que varios productores se sumen a la lista en la que hoy se encuentran Alta Vista, Cooperativa La Riojana, La Celia, Vinecol, Furlotti, Cinco Sentidos, Trivento y Norton, entre otras.
Según los encargados del desarrollo de estos procesos en las diferentes bodegas, los objetivos que impulsan a las bodegas argentinas a incorporar las prácticas de comercio justo son: asegurar una cadena de salario justo, un entorno laboral favorable, integración y compromiso social y concientización en materia medioambiental.
Un ejemplo del avance de estas prácticas en Argentina fue la presentación del Monteflores Malbec durante 2015. Este vino, elaborado por Alta Vista, se convirtió así en el primero en ser comercializado en el mercado interno con el sello Fair Trade. “Luego de cuatro años comercializando Monteflores Malbec en mercados internacionales, decidimos presentarlo en el país y apostar al desarrollo de un mercado fair trade local”, explica Pablo Francisco, director general de la bodega. “Argentina es un polo en expansión para el comercio justo y nosotros queremos colaborar con el crecimiento.” Desde 2011, una parte de lo recaudado por las ventas de esta etiqueta en el mundo es destinada a la Asociación Flores del Monte (www.floresdelmonte.org), conformada por 61 familias que representan a trabajadores de los viñedos e instalaciones de la bodega.
Al parecer, este caso puede tratarse del punto de partida para la consolidación del Fair Trade local. “En un principio, las bodegas desarrollan etiquetas de comercio justo para mercados donde la demanda es sostenible, pero ya existe interés por ofrecerlas en el mercado interno y eso, sin dudas, colabora con el crecimiento del segmento”, cuenta Julie Francoeur, consultora especializada en Fair Trade con base en Argentina. “Hay mucho interés por parte de las bodegas y un gran potencial para que cada vez más vinos argentinos lleven este sello a los mercados del mundo.”
Estas prácticas y políticas, revelan que la industria vitivinícola argentina forma parte del grupo de países que proyectan la actividad a largo plazo con un importante compromiso social y ambiental. Un esfuerzo que asegura la mejor recompensa para el planeta y los miles de protagonistas silenciosos que hay detrás de cada botella de vino argentino.
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