Que Argentina es sinónimo de Malbec nadie puede negarlo. Tampoco que, con 39.300 hectáreas plantadas (dato de 2015), sea la uva tinta más cultivada en nuestro país, ni que sea la que más ampliamente representa el paladar local. Sin embargo, hay otros elementos que hacen curiosa la sociedad entre un país y una uva. A continuación, repasamos algunos de los que marcan la relación entre Malbec y Argentina.
Antigüedad genética. A fines del siglo XIX, una plaga acabó con el viñedo europeo. La filoxera, un temible pulgón que se alimenta de las raíces de la vid, ingresó desde América del Norte al viejo continente. Y con la filoxera se agotó buena parte de las líneas genéticas que definían los grupos de poblaciones de vides que, en términos técnicos, se llaman variedades. Fue una catástrofe sanitaria importante. Sin embargo, algunas de esas poblaciones prosperaban fuera de Europa al momento de la hecatombe. El Malbec argentino es una de ellas, hijo dilecto de una genética desaparecida, recuperada y multiplicada en este rincón del mundo, lo que nos lleva a establecer la singularidad siguiente.
Malbec de poblaciones locales. A la fecha, una bodega argentina lanzó una línea comercial de vinos que está elaborada siguiendo el parámetro de poblaciones genéticas. Hablamos de Casarena DNA Malbec, lanzado este mes al mercado. El asunto con este vino es que traza un arco entre las poblaciones históricas de Malbec —según la bodega, conservadas en Panquehua, Mendoza— con las actuales. Y sostiene que hay allí una suerte de plataforma genética con la que trabajar sobre la diversidad del Malbec. Suena a cuento chino, pero no lo es tanto: bodegas como Catena o Chandon llevan años eligiendo poblaciones específicas. Algo así como seleccionados de Malbec, que hacen a su fama. Y ese trabajo, que lleva décadas de labor invisible, es parte de un patrimonio inalienable de Argentina y su Malbec. Pero no termina ahí la cosa.
Estilos locales. Es verdad que la internacionalización del Malbec argentino supuso la estilización del varietal. En otros términos: el éxito exportador significó la búsqueda de un estilo cosmopolita. Sin embargo, a lo largo del siglo XX en Argentina se desarrollaron estilos de vinos más ligeros y de boca sencilla, de los que el Malbec formó el corazón con la bondad de sus taninos dóciles y la gracia de sus aromas frutales. De modo que ahora, cuando el mundo del vino busca la identidad local como contraposición a la global, el Malbec vuelve a ofrecer la llave, esta vez desde el pasado: ahí están los Malbec que Norton, Weinert o Cruz de Piedra elaboraban en la década de 1970, como testigos de otro tiempo para inspirar los estilos actuales. Inspiración que es más una búsqueda de elegancia y sabor que de alto impacto. También, de otra diversidad: la del origen.
Malbec de norte a sur. Desde Mendoza —que hoy concentra el 86% de la superficie plantada, con 33.900 hectáreas—, el Malbec irradió hacia el resto de las provincias productoras. Por eso, de Salta a la Patagonia, se lo encuentra cultivado en diversas alturas, tipos de suelo y con varias poblaciones. El mismo esquema se repite dentro de Mendoza, entre terruños como Luján de Cuyo y Valle de Uco, principalmente. Es por ello que el Malbec hoy es, ante todo, la llave para entender cómo imprime carácter al vino cada una de las regiones argentinas, lo que refuerza la idea de una diversidad de oferta que la sola mención del varietal no describe. Y una de esas rarezas se encuentra en vinos espumosos.
Burbujas rosadas. La plasticidad que ofrece el Malbec a la hora de interpretar cada región también se verifica a la hora de elaborar otros estilos. Dos resultan llamativos: vinos rosados, por un lado, y vinos espumosos, por otro. Entre los primeros, el Malbec de zona fría y altura aporta vinos frescos y aromáticos. Entre los segundos, las mismas regiones proveen la tensión suficiente. Así, en los últimos años, además de Pinot Noir, el Malbec supone una parte importante de los espumosos rosados del mercado local. Uno de los primeros en aparecer fue el de Finca Flichman, al que luego siguieron Vicentín y Navarro Correas, entre muchos otros. Pero no solo burbujas bebe el hombre, también novedosos estilos tranquilos.
Nueva frescura. El Malbec también ascendió en escala de prestigio, al tiempo que ascendía en altura hacia los faldeos de la Cordillera. Y como resultado de ello, ahora hay algunos ejemplares más frescos, aun en tintos tranquilos, que vienen a completar el panorama del varietal. Mientras que se hizo famoso en el mundo por su paladar amplio y suave, hoy en día es posible beber en Argentina Malbec más apretados, de frescura elevada y taninos vigentes. Entre los primeros, destacan los ejemplares como Luigi Bosca DOC o Altocedro Malbec Reserva, por mencionar dos escalas de bodegas diferentes, y entre los segundos, hay que apuntar Killka, Viento Sur u Ópalo, también de bodegas muy distintas.
Así las cosas, el Malbec supone hoy un amplio campo de exploración en Argentina, tanto para el consumidor especializado como para el no especializado. Y la verdad es que, a la hora de definir los vinos de nuestro país, la variedad ofrece uno de los panoramas más ricos. No en vano Malbec es sinónimo de Argentina. ¿O era al revés?