La Argentina es un país de vinos que vale la pena descubrir. Tanto para un bebedor experto como para uno al que recién le pica la curiosidad, estas tierras ofrecen un mosaico tan amplio como apasionante: mientras uno podrá hundir la nariz entre los aromas de los viñedos más altos del mundo, el otro flotará sobre la más grata de las texturas amables. Cualquiera sea el caso, lo que hay que saber del vino argentino, de la V a la O, son estas diez simples cosas:
Lo esencial
Viñedos de altura. En el mundo, son raros los viñedos ubicados en zonas de altura. Es verdad que en el Cáucaso o China hay algunos, pero en Europa y América no abundan, salvo contadas excepciones. Argentina es una de ellas y ofrece un tercio de su superficie plantada a contar de mil metros de altura con algunos viñedos que ascienden hasta los 3.300 metros. Todo un récord, claro, que le imprime carácter a buena parte de los vinos argentinos a lo largo de mil kilómetros de cordillera y montañas.
Desierto y sol. Casi la totalidad del viñedo argentino está en áreas desérticas y áridas, en la zona de sombra de lluvia de la cordillera de Los Andes. Así como la altura define una parte del terruño y el carácter de los vinos, el desierto marca con el sol y sus condiciones extremas la otra parte del carácter.
Pureza. En los desiertos a los pies de Los Andes, en la cordillera misma, la naturaleza está intacta. Y esa pureza viene con el agua de riego —condición obligada para el desierto— a través de un extenso sistema de canales y acequias que llevan el agua de los glaciares hasta el pie de las plantas.
Amantes del vino. A los argentinos nos gusta mucho el vino. De hecho, si hemos desafiado al desierto y Los Andes para conseguir mejores terruños, es para hallar sabores nuevos y más atrevidos que estimulen nuestro gusto. Un dato poco conocido en general es que Buenos Aires, la ciudad capital, es la segunda a nivel mundial en consumo de vinos, después de París, mientras que ocupamos un honroso séptimo puesto en consumo de vino a nivel global.
Larga y corta historia. La pasión que los argentinos sentimos por el vino no es de ahora. De hecho, en nuestro territorio se lo elabora desde el siglo XVI, primero en forma artesanal y luego, a contar del siglo XIX, también de manera industrial. Eso explica que nuestro país sea el quinto productor de vinos a nivel mundial y que hayamos desarrollado gustos propios —como el Malbec— que descubren los consumidores informados y los no tanto del resto del mundo. Pero cuidado: somos solo el noveno exportador global (con el 3% del share), porque nos tomamos 8 de cada 10 botellas que se elaboran. En 1990 eran 10 sobre 10.
Para saber más
Malbec por regiones. Una de las cosas más interesantes que tiene el vino argentino hoy es la capacidad de comparar terruños, sea por altura, suelos o latitud. Desde el norte, con regiones como Valles Calchaquíes o Quebrada de Humahuaca, hasta los oasis de Mendoza, como el Valle de Uco o Luján de Cuyo, y, más al sur, La Patagonia, el Malbec es una variedad que ofrece la llave para degustar los terruños. ¿Cómo? En cada una de esas zonas propone un perfil diferente y se las puede comparar con solo probar el Malbec: están los vinos con cuerpo y los delgados, los que huelen a fruta roja madura y los que ofrecen fruta fresca y negra, los florales, con distintos niveles de frescura. Y así. El bebedor de vinos hoy puede viajar por la geografía del fin del mundo llevado por el Malbec.
Otras variedades. Pero no solo Malbec hay en Argentina, aun cuando es la tinta más plantada. También es posible encontrar un buen número de otras uvas, desde el Cabernet Sauvignon al Syrah, del Tempranillo y la Bonarda al Pinot Noir en tintas, y del Chardonnay al Sauvignon blanc y Torrontés en blancas. Lo interesante es que, en cada caso, los terruños imprimen carácter diferenciado y un perfil propio a cada variedad. Te invitamos a descubrir más sobre variedades en el siguiente link.
IG’s en ascenso. En el camino de aislar sabores por región, desde 1999 en Argentina comenzó un proceso de definición de zonas vitícolas con criterios de terruño. Ya hacia 2010 empezaron a tomar forma indicaciones geográficas que no existían antes en el mapa del vino: Paraje Altamira y Los Chacayes, en el Valle de Uco, son algunas de las más flamantes, pero no las únicas. Otras tantas están por llegar, como San Pablo y Gualtallary, en el mismo valle de montaña. Así, la regionalización del vino también propone sabores de terruño para conocer.
Los nuevos productores. En este momento de ebullición para el vino argentino, hay un grupo de nuevos y jóvenes productores —entre 30 y 45 años— que buscan definir estilos a futuro. Lo hacen sobre las bases de un par de siglos de desarrollo de terruño, pero pensando en el mundo actual. De esta forma, empiezan a emerger vinos ya no solo de viñedos diferentes y extremos, sino también con técnicas nuevas para esta parte del mundo, como los vinos naranjos, los tintos de alta gama sin crianza o con crianzas en foudres, la exploración de técnicas como maceración carbónica, fermentación de grano entero y con escobajo, entre muchas otras. Argentina hoy ofrece, de este modo, nuevos terrenos en materia de estilo.
Genética prefiloxérica. Algo poco conocido pero a la vez motivante para los consumidores de paladar afilado es que Argentina tiene un patrimonio genético prefiloxérico. La mayoría de las vides importadas de Europa en tiempo colonial y hasta mediados del siglo XIX son plantas que luego desaparecieron del viejo continente. Para los investigadores de las variedades, los viñedos viejos de Argentina forman un acervo genético que garantiza la singularidad de los vinos a futuro. Un dato un poco nerd, hay que decirlo, pero que a los bebedores entendidos los estimula con la promesa de viejos y nuevos vinos por conocer.