La típica postal urbana y dominical, antes del almuerzo, es la de un racimo de personas que esperan su turno para que las atiendan en la casa de pastas. No es que les encante perder el tiempo mientras se les hace agua la boca, sino que son tantos los argentinos en trance de comer sorrentinos o ravioles, que no hay apuro que valga.
Los números dan cuenta del fenómeno. De lunes a viernes, se consumen unos 7,5 kilos de pasta seca por año y por habitante, los fines de semana, y el domingo en particular, se le suma hasta 1,5 kilo de la fresca. Y se acompañan siempre con una botella de vino tinto.
Esa es una singularidad argenta: que el premio dominical sea un buen plato de pasta (o uno de asado, del que ya hablamos en este espacio). No tanto el hecho de reunir a la familia en torno a la mesa, que es más bien una costumbre italiana. Lo raro, incluso para los italianos, es que exista tal fascinación por la pasta fresca y rellena y que, en todos los barrios de todas las ciudades de Argentina, exista una casa dedicada a su elaboración. Y cada una, hay que decirlo, tiene su especialidad, que es legendaria entre los habitués: en algunas, hay relleno de pollo, de jamón y queso, de ricota con nuez; en otras, hay de verdura o, más aún, hay pastas rellenas hasta de sesos.
ABC de la pasta fresca
A diferencia de los fideos secos que se compran en el supermercado, la pasta fresca es de elaboración y venta al día. Como las panaderías, las casas de pastas trabajan con lo amasado en la fecha o, a lo sumo, el fin de semana. Y la razón es que la masa es harina y huevo, lo que no las hace durables. Por eso resultan negocios de cercanía que, en las ciudades, proliferan tanto o más que las parrillas. Con un detalle para nada menor: no solo son de tradición italiana. En la ciudad de Buenos Aires, para la década de 1940, el 85% de las casas de pastas estaba en manos de inmigrantes gallegos, según publicara a propósito del tema la revista Brando. Manos que hoy son todas de nativos, aunque ese mix favoreció la incorporación de nuevas recetas.
Así, lo que se conoce en el mundo como ravioli, en argentina es raviol y resulta ligeramente diferente, apenas más grande y con rellenos eclécticos. Todo puede caber en la plancha que rinde, curiosamente, a razón de una por persona, o dos cada tres comensales.
Otra curiosidad local entre las pastas es el sorrentino. Se trata de una suerte de ravioli redondo que imita un sombrero bombín. Por lo general, se lo rellena de jamón y queso, o variedades de queso, y ocupa el podio de los platos deseados. Es, en el mundo de las pastas, el que se reserva para días festivos. Y es, de paso, un invento local: nació en la década 1930 en el restaurante porteño Sorrento —de ahí su nombre—, donde un chef marplatense fue el creativo que dio vida a esta pasión. Aunque otra versión afirma que nacieron en Mar del Plata. Disputa por el origen aparte, es un indiscutido gusto local.
A tal punto llega el consumo de pastas frescas los fines de semana, que una marca muy conocida, llamada La Salteña, acaba de lanzar una campaña que invita a “Dominguear en la semana” con sus pastas listas para consumir. Mientras que otra gran casa de pastas, llamada La Juvenil, asegura que el éxito de su empresa —que hoy tiene 23 sucursales— se debió a la invención de un raviol en particular: pollo a la portuguesa, con el que la familia Bermúdez amasó una pequeña fortuna.
El relleno y la salsa
Las pastas del domingo se comen con vino tinto. Es raro que se las cocine con algún fruto de mar, de modo que ese maridaje es universal y no falla. Sin embargo, hay tintos y tintos a la hora de acompañar las pastas rellenas, sobre todo por la salsa.
Porque así como se compra una plancha de ravioles o una caja de sorrentinos, en la casa de pastas también se adquieren las salsas. Y así, sin esfuerzo, se consiguen maridajes variados: desde carbonaras, a base de crema, a pesto con abundante albahaca y oliva, portuguesas con berenjena y tomate, o fileto, que es tomate y algo de ajo, sal y oliva.
Para todos estos platos, no fallan los tintos cotidianos, de cuerpo medio y sabor frutado. En particular, los que son a base de Bonarda, cuya frescura aromática —marcada por un trazo de menta o eucalipto— acuerda de maravillas con el tomate y las especias. También el Malbec, cuando es joven, aporta textura carnosa y aroma frutal, que acompañan bien a las salsas a base de tomate. Para las cremas, en cambio, lo mejor son los Chardonnay de altura, cuyo tacto untuoso y frescura alta potencian el trazo cremoso realzando el sabor.
En todo caso, el maridaje es lo de menos a la hora de las pastas. Porque si hay algo que hace que los argentinos las elijamos como plato dominical es que son rendidoras. Y así, según es costumbre local, los platos no sólo maridan con la bebida, sino que, ante todo, maridan con las reuniones multitudinarias. Algo que es tan argentino como las pastas para salvar del tedio los domingos.