Uvas Criollas o el sabor de la historia

Uvas Criollas o el sabor de la historia

La amplia familia de uvas Criollas comienza a hacer ruido entre los wine lovers. A pesar de su antigua estirpe enológica, para muchos se trata de cepas exóticas y novedosas, tanto o más que el sabor de sus vinos. Lo más curioso es que sus botellas se pueden encontrar en una vinoteca de tendencia en Nueva York, en un wine bar londinense o en la carta del multipremiado Celler de Can Roca compartiendo espacio con vinos icónicos. Así de alto vuelan las Criollas hoy.

Se trata de los vinos elaborados con uvas autóctonas, aquellas que en muchos rincones del mundo fueron desplazadas por los varietales franceses, italianos y españoles pero que hoy exigen que se les permita una revancha. En Argentina, las hay blancas, tintas y rosadas y desde hace dos años prometen transformar el mercado y la imagen del vino. Pero ¿por qué estas uvas hoy seducen a los expertos?

Criollas, de la C a la S

Es sabido que las variedades viníferas llegaron al continente americano a partir del siglo XVII de la mano de los europeos. De hecho, las primeras cepas en arribar lo hicieron en forma de semillas, y los viñedos iniciales no fueron el resultado de ninguna selección más allá de la natural entre plantas madres e hijas. Así, Listán Negro, Moscatel de Alejandría y Pedro Ximénez, que llegaron como pasas de uvas, fueron la simiente para una generación de plantas nuevas. Nacían las primeras uvas Criollas.
Más tarde, estas cepas y su descendencia se cruzarían con otras vides viníferas reproducidas, ahora sí, mediante estacas. Con la selección de los viticultores coloniales, la calidad de las Criollas mejoraría considerablemente. Así fue que se convirtieron en las preferidas de los primeros viticultores americanos, ya que estas vides aseguraban buenos rendimientos y calidad.

En la actualidad, las cepas de esta familia cubren miles de hectáreas en el continente americano. Durante años, fueron el corazón de los vinos locales y responsables del sabor autóctono en cada región. Consideradas patrimonio histórico y cultural, las más conocidas son Mission en California, País en Chile y Mollar de América en Perú. En Argentina, esta familia ofrece diversos nombres y grupos.

Al rescate del sabor local

Desde hace unos años, en el mundo del vino se habla de la importancia de mantener vigentes las cepas nativas. Por ejemplo, en España se han comenzado a revalorizar cepas como Listán Prieto en Canarias y Pedro Ximénez en Andalucía, mientras que en Georgia, Eslovenia y Grecia este movimiento también gana fuerza.

En América del Sur, el fenómeno suma seguidores a diario, pero a diferencia de lo que sucedía a mediados del siglo XX hoy los más interesados en estos vinos son consumidores que entienden su valor histórico y cultural. Como si fuera poco, la disponibilidad de uva para elaborarlos no es ninguna limitación: en Argentina, por ejemplo, la Criolla Grande es considerada la de mejor calidad y cubre algo más de 15.000 hectáreas. Sus uvas, en manos de los winemakers más destacados, comienzan a dar origen a vinos exóticos y sabrosos.

Criollas reloaded

“Estas uvas tienen el sabor con el que nos criamos. Son las uvas con las que hacían vino nuestros abuelos, los primeros vinos que muchos de nosotros probamos”, contaría Alejandro Pepa, responsable de El Esteco Old Vines Criolla, vino que elabora con uvas de un viñedo de los Valles Calchaquíes plantado en 1958. Es un tinto ligero, frutal y fragante con más puntos en común con un Pinot Noir que con un tinto de mesa, principal destino de estas uvas durante el siglo pasado.

Entre los pioneros de este movimiento, la dupla Francisco Bugallo y Sebastián Zuccardi es clave. Ellos recuperaron un viejo parral de Criolla en el Valle de Calingasta, un paraje sanjuanino olvidado a más de 1.600 metros de altura, donde hoy también obtienen las uvas para un Bonarda y dos Moscatel, uno blanco y otro tinto. Pero si de precursores se trata, destaca en estilo el espumoso Patricia, que el enólogo Ángel Mendoza elabora hace años en la bodega familiar de Maipú, Domaine St. Diego.

Aquí conviene hacer un alto y explicar que la nueva versión de estos vinos propone estilos frescos, ligeros y sabrosos con una clara intensión gastronómica. No se trata de intelectualizar el consumo, sino de simplificarlo. Por eso, los hay de color rosado o rojo ligero, mientras que los blancos son austeros y lineales. En conclusión, vinos simples y fáciles de beber.

Criolla’s revolution

A los primeros pasos dados por los productores antes mencionados, hoy hay que sumar una veintena de etiquetas ya disponibles tanto en el mercado local como en plazas como Londres y Nueva York. Entre las más curiosas, se destaca la que lleva la firma de Ernesto Catena, Animal Hippie Love, que llega al consumidor en botella de 500 mililitros y tapa corona. Por su parte, los enólogos Matías Michelini y Pancho Lavaque ofrecen Vía Revolucionaria Criolla Grande y Vallisto Extremo Criolla, respectivamente. Ello, junto a una nueva versión espumante elaborada por Rafael Miranda en Trivento, da cuenta de que las Criollas prometen convertirse en otra categoría que la vitivinicultura argentina espera ofrecer junto a sus vinos más clásicos y celebrados. Una apuesta por la diversidad de gustos y sabores de la historia, que ya se bebe en el mundo.

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